martes, noviembre 27, 2012

Autores extraños

  No llegó a publicar nada de lo que más apreciaba. En alguna editorial independiente publicó algún relato o algún texto disperso junto a otros autores de idéntico perfil. El momento de mayor transcendecia de su obra literaria es un tercer premio en un concurso municipal de microrelatos que debían incluir la palabra omisión y en el que hacía un laberíntico juego de palabras en el que lo omitido salía con poder a primer plano. Intentó escribir una novela gigantesca inspirada en la decandencia del capitalismo que jamás terminó y que comenzaba con un discurso radical y frenético contra el capitalismo. Quizá todo lo que escribió fue esa intro a algo que jamás se materializaría, quizá como primer sacrificado de su reflexión: "Todo es capitalismo. El gran poder de ese sistema es que al final, de cualquier modo, todo se hace capitalista. Incluso el anticapitalismo es capitalista. A su manera, los anticapitalistas son los guardianes del sistema, también su sistema en contra del sistema es capitalista. El capitalismo es la salida final de todo sistema, es donde todo concepto, toda abstracción, toda idea se hace realidad. El capitalismo es triunfal porque invisiblemente o descaradamente se apropia de cada gesto, de cada segundo de la realidad. Al final, la verbalización es el capitalismo. Porque toda concreción es, despiadadamente, capital. Capital ideológico. Capital verbal. Al final cada pensamiento es una propiedad privada, la autoria de cada uno de nuestros actos es una propiedad privada que nos otorga un beneficio, una ganancia. La única manera de luchar contra esa crueldad ideológica es inmovilizarse. Si el planeta entero, si cada uno de los habitantes se detuviera durante horas, durante días, sólo así el capitalismo desfallecería". Pero a lo que más horas dedicaría nuestro hombre sus letras, sería a la crítica cinematográfica. Si de algo no sabía era de cine, logró colarse en un periódico local como crítico como hay gente que termina dirigiendo países: por un azar indescifrable. No sabía absolutamente nada de cine y con toda seguridad jamás había visto previamente ninguna de las películas de las que escribó. Recibía la lista de películas que se estrenaban cada fin de semana y a partir de los títulos escribía una reflexión enloquecida siempre inspirada en el título, puntuaba de acuerdo a la empatía que sintiera con esa idea que le despertaba el título y la mandaba sin ningún pudor a una redacción donde nadie le ponía en tela de juicio. Los otros críticos: algunos afamados, otros mediocres, algunos muy malos, los pocos con criterio, eran conscientes de su truco, pero casi todos leían con devoción su juego, aunque jamás lo confesaran en público. Sólo uno de ellos, un crítico estrella, de prensa nacional, habló una vez de él en una entrevista digital: "seguramente estemos ante el mejor crítico de cine del continente. Al menos no es tendencioso; es, con toda seguridad, el crítico, menos prejuicioso en prensa".

 Murió joven. Sus críticas cinematográficas fueron reunidas en un libro simpático, casi homenaje al autor, titulado Crítica titulográfica del cine de finales de siglo.

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