jueves, agosto 09, 2012

Kurjo y Brigitte

 Me llamó como si en su interior estuviera ardiendo la llama que arde permanentemente en el centro del infierno. Había un frenesí desmesurado en su voz, hablaba con nitidez, esa nitidez terrible del que sufre una alucinación de la que no se vuelve:

.- Anoche, en pedo, me había bebido una botella de Charanda. Lo vi. Lo vi todo, flaco. Lo vi entero. Como si me lo estuviera dictando una voz cósmica. Lo vi de principio a fin.

.- Pero ¿Qué viste?

 Yo había dormido poco y su voz me resultaba molesta, pero hay un pacto ineludible con determinadas personas. Mi relación con Kurjo estaba basada en las carencias. No éramos amigos, pero nos resultábamos necesarios. A Kurjo no lo quería, seguramente le detestaba y me resultaba difícil encontrar algo que apreciara en vivir cerca de él, pero mi vida sin estar cerca de Kurjo no tenía sentido. No contesté con antipatía, jamás fui antipático con Kurjo, ni siquiera con la resaca que se amontonaba en mi sien y en la boca de mi estómago, ni siquiera en ese golpe violento que fue despertarme por su llamada telefónica la mañana después de haberme tirado a su novia, a la madre de su hijo. Y le escuché, le escuché aguantando las ganas de vomitar las cervezas y los chupitos de ron que me había bebido con Brigitte, su novia durante la madrugada más triste de mi vida

.- El libro abrirá con una cita de Malcolm Lowry. En la primera página empezaré con delicadeza hablando de un paisaje agridulce, casi al final de la primera página, justo antes, de que haya pasar a la siguiente describiré brevemente, pero con contudencia una explosión. A partir de ahí habrá muchas páginas en blanco. Quiero sumir al lector en un vacío sideral. El lector debe sentir el fin del mundo, quizá del universo. Va pasando páginas. Nada. En la imprenta se volverán locos porque sólo cada muchas páginas en blanco, introduciré frases sueltas. En ese fin de mundo, aún reverberan pensamientos, ecos del cosmos agonizando a velocidad de trueno. El lector se enfadará por segundos. Una página, otra página. Nada. Tratará de descifrar cada cuantas páginas si podrá encontrar una frase, algo que leer. No habrá regla en ese vacío. Porque no habrá regla en la explosión universal, cuando toda esta mierda desvanezca. Mi libro no será una metafora del fin del mundo, sino que hará sentir, aunque sea una decima de segundo, al lector, que algo ha pasado. Cientos de páginas en blanco, sólo algunas contendrán unas frases precisas. Al final, irá apareciendo, lentamente, cada vez con más frecuencia, de nuevo, la literatura. Los ciclos, después del fin del mundo, el mundo vuelve a su big bang. La explosión del fin del mundo, es a su vez, el big bang que lo vuelve a crear. Así será mi libro, al final de la explosión, al final de cientos de páginas en blanco, volverá el argumento. No es exactamente el eterno retorno. Es el ciclo, el loop, pero algo se pierde a cada vuelta. ¿No crees que ya hemos estado aquí, pero menos desgastados? Te recuerdo hace milenios, eras más hermoso.


 Nunca me separé del teléfono, pero si vomité mientras le escuchaba. También pensé en Brigitte, en la hija de Kurjo y Brigitte. Les vi a ellos,a los tres. Los imaginé en esos ciclos anteriores que describía en su delirio Kurjo. Imaginé a Kurjo contándome lo mismo, siete mil millones de años antes.

.- Es interesante, Kurjo. Es interesante y delirado, pero es interesante. Creo que es un proyecto hermoso y creo que deberías ejecutarlo.

 Kurjo quería ser escritor. A los catorce años me enseñaba sus poemas. Unos poemas terribles y tristes, unos poemas que hablaban de tipos que escapaban de paises que colgaban en el cosmos, deterrados galácticos. Tipos con dos cabezas  o cuerpos disparatados, pero terriblemente sensibles y débiles. Maltratados por deidades crueles de mundos desamparados. A los dieciseis años escribió una novela corta sobre un detective homosexual que se enamoraba del asesino en serie que llevaba una vida persiguiendo, al final los dos morían fornicando en una carcel triste en mitad del desierto y el detective mataba al asesino por dolor, por despecho, pero por dolor y venganza. A los veinte años no midió con los ácidos y escribía cosas absurdas, se creyó un genio, confundió la alucinación de los ácidos con la genialidad y no midió las consecuencias.  A los veintidós conoció a Brigitte, Brigitte era deportista. Había ido a unas olimpiadas y consiguió un diploma olímpico en salto de trampolín. Kurjo se desenganchó de las drogas, que a esa altura abarcaban muchos tipos: LSD, cocaína, heroína esnifada. Para Kurjo había algo metáforico y hermoso en que Brigitte saltara de trampolines, porque para él escribir era una experiencia parecida, un salto en trampolín, una prueba olimpica, un salto al agua, un vértigo y la precisión de ese vértigo, controlar la gravedad para hacer una filigrana en la caida, eso era escribir para Kurjo, por eso iba a los entrenamientos de Brigitte, porque creía inspirarse: verla saltar era una inspiración para Kurjo.

 Kurjo se enganchó a Brigitte comos e había enganchado a las drogas. La necesitaba para vivir y se fueron del país. A los dos meses me llamó: "Flaco, te necesito cerca. Vente. Vive con nosotros". Yo no hacía nada. Dejé de estudiar periodismo en segundo año. Tocaba la batería en un grupo con ínfulas de estrellas, pero eéamos basicamente malos. Vivir fuera me pareció agradable, además detestaba la ciudad, detestaba el país, seguramente lo que más detestaba era a mi mismo, pero largarme me pareció una opción. Cuando llegué a Roma, Kurjo y Brigitte me recogieron en el aeropuerto, en el trayecto a su casa me contaron que esperaban un hijo y que a Brigitte le había tocado un dinero en la lotería, era poco, pero suficiente para vivir sin trabajar los tres el siguiente año. Kurjo y yo pasábamos las horas paseando por Roma. Kurjo buscaba que escribir, yo buscaba nada. Creo que Kurjo me rellenaba mi nada. Kurjo ha sido eso, lo opuesto a mi soledad, una soledad pesada, aburrida, cansada. Bebíamos café y por la noche nos emborrachábamos en el salón viendo películas italianas. Brigitte perdió el niño. Aquello supuso un cambio. Para Kurjo, en cierta manera, fue un alivio, para Brigitte fue un drama. Abracé a Brigitte en el hospital, cuando le hicieron el legrado, Kurjo se había ido a casa a buscar ropa, cosas; realmente no sé porque no estaba Kurjo en ese momento, pero no estaba y yo abracé a brigitte para consolarla, pero para consolarme. Ese fue el instante exacto en el que me enamoré de Brigitte y en ese instante preciso descubrí que mi vida era un río afluente. Nos fuimos de Roma pocas semanas después. Volvimos a la ciudad. Nos alquilamos un local. Kurjo, entonces, escribió otro libro. Un libro sobre unos músicos que tratan de hacer música material. Kurjo se empañaba en merodear la ciencia ficción y todo se volvía delirado y absurdo y atroz y repugnante y amateur. Kurjo era amateur en todo: escribiendo, como novio, como amigo, como ser humano, pero en la ciencia ficción era del inframundo, era terrible. Una noche, después de leer el manuscrito bebimos mucho y se lo confesé. Kurjo se puso a llorar: "Sólo quiero ser escritor. Un buen escritor. Con estilo propio, con cadencia, con cierta magia. ¿Qué hago, Flaco? ¿Qué hago?". Le miré y al rato le contesté:"Sigue, Kurjo. Sigue en ello" Le mentí. Kurjo jamás escribiría nada.  Kurjo hubiera sido un buen camionero, un buen barman, seguramente un buen personaje para una novela, pero Kurjo no era escritor.

 Brigitte dejó el deporte. Culpó al ejercicio del aborto. Encontró trabajo en una empresa de turismo. Nunca supe que hacía exactamente allí. A veces Kurjo y yo la íbamos a buscar por las tardes y caminábamos medio callados. Nunca, jamás, hablábamos de Roma. Volvíamos a la casa. Nos sentábamos en el sofá y veíamos películas. Con el tiempo y sin darnos cuenta fuimos cambiando de vida. Kurjo consiguió un trabajo en un canal de televisión, ayudaba a montar decorados de telenovelas. Le pagaban bien y el horario era cómodo. Brigitte montó un bar con su mejor amiga. Una  especie de taberna que se llamaba Roma. Ponían música poco conocida. Grupos que nadie de los que iban conocía. Yo encontré una habitación pequeña y barata cerca del centro, escribía noticias inventadas para un periódico amarillo que se llamaba "Crónicas criminales". Cuando caía la noche me iba al Roma a ver a Brigitte y Kurjo, pero sobre todo a Brigitte.

 Brigitte se quedó embarazada cuando Kurjo escribía una novela sobre un planeta hiperpoblado, un planeta con una densidad de población parecida a la de un macroconcierto de Rock. Los habitantes del planeta se movían en masa, copulaban en masa. Surgían movimientos politicos opuestos para liberar al planeta de semejante problema. Algunos movimientos buscaban la expansión cósmica, otros hablaban de sacrificios, otros de acortar la vida químicamente. La novela era igual de nefasta y terrible como todas las novelas de Kurjo. Brigitte tuvo un embarazo hermoso. Su barriga era hermosa, su cara previa a la maternidad era hermosa, Gina fue hermosa desde el día que nació. Kurjo se vio superado por la paternidad, pero adoraba a Gina. Escribió una novela corta donde prefiguraba un mundo ideal para Gina. Dentro de la escasa calidad literaria de Kurjo, aquella novelita era entrañable y dulce y  delicada y dejaba entrever que quizá Kurjo había subido un escalón en su terrible carrera literaria.

 La noche que me acosté con Brigitte pensé cosas terribles sobre mi, sobre Brigitte y sobre Kurjo. Pensé que nos estábamos convirtiendo en argumento para una novela de Kurjo. Un argumento decadente, incoherente y triste, pero también fui feliz. Kurjo se había ido a un encuentro de escritores sudamericanos. Un encuentro que Brigitte y yo creíamos que había inventado. Bebí mucho en el Roma aquella noche y Brigitte me contó cosas de las olimpiadas a las que fue a competir. Me confesó que se había costado en la villa olímpica con un atleta camerunés que había sido bronce en una prueba de medio fondo. Le pregunté entre risas y borracho si era verdad lo de las vergas de los negros y ella contestó con cara una sonrisa dulce que la verga del etíope era más pequeña que la de Kurjo y aquel detalle me hirió, una herida que quizá tenía pendiente del patio del colegio. Me da igual el tamaño de las vergas, pero me dolió saber que Kurjo tenía una verga grande, más grande que la del etiope medalla de bronce. Y luego seguimos hablando de vergas y de sexo y yo estaba muy pedo y Kurjo estaba lejos, en un encuentro que quizá no era cierto y pensaba que Kurjo igual estaba en otro bar o se había ido de viaje solo, por mitad del país, quizá sabiendo de antemano que esa noche yo me acostaría con Brigitte y yo le dije a Brigitte que era hermosa, que siempre había sido hermosa y que Kurjo era un afortunado, que escribía como el pedo, que jamás conseguría escribir bien porque ese era el precio deestar con ella, de acostarse con ella, de vivir con ella. Y ella me miró y me dijo: "Flaco, tú estás loco y estás muy borracho" y me llevó a al almacén y me besó despacio, muy despacio, como si fuéramos a romper algo, como si besarnos más fuerte fuera a quebrar el universo y me imaginaba a Kurjo en un bar de carretera, quizá masturbándose borracho o llorando o quizá contándole a cualquier guevón el argumento que acaba de iluminarle la vida, miles de páginas en blanco como metáfora del fin del mundo, del loop eterno y del desgaste de las vidas, de las cosas a cada vuelta, en cada ciclo. Y entonces Brigitte y yo cogimos un taxi, de esos de lata, de esos que llevan a Oscar de Leon a todo volumen y huelen a ambientador de frutas tropicales y nos tocábamos atrás mientras atravesábamos la ciudad en dirección a mi habitación. Y llegamos a mi habitación e hicimos dos veces el amor. La segunda vez mucho rato, como si ninguno de los dos jamás fuera a orgasmar y luego nos quedamos tumbados, separados, como si se hubiera terminado el tiempo de la infidelidad. Me quedé dormido. Soñé con el mar, con un par de amigos de la infancia, con una mujer mayor que me hablaba de discos, de canciones. Me despertó el sonido del teléfono.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me partió lo del taxi con Oscar de Leon y frutas tropicales. Eres único.

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