sábado, julio 28, 2012

Los últimos minutos de la tarde en la playa

 Hay unos chicos jugando un partido muy desigual cerca de la orilla. Uno de los equipos vapulea sin consideración al otro. Los porteros, cada pocos minutos, corren hacia el agua a refrescarse cuando la jugada esta en el otro extremo del campo, uno de los jugadores lleva el balón con elegancia sobrenatural: ese muchacho no debería desperdiciar su talento en pachangas de media tarde en la playa. Poco más allá, un grupo de chicas habla en círculo. Es curioso el modo en el que conversan: en cierta forma la conversación parece colectiva, sin embargo cada una de las chicas mantiene una conversación alternativa con la que tiene al lado. El calor ha descendido hasta esa temperatura sublime de la caída del Sol. Hace años que no fumo, pero me apetece fumar. El tabaco es un vicio infinito, imbatible. Recuerdo una frase de mi tío F, que decía que un día el encantaría fumar un cigarro que se extendiera hasta la linea del horizonte y fumar pausadamente y con sosiego, sabiendo que ese cigarro duraría horas, días, semanas, quizá años. Sin embargo no fumo, me pongo en píe y camino por la playa. Veo a dos mujeres hablando tumbadas en la arena, las dos se han puesto sus trajes cortos y lígeros para vovler de la playa, pero sospecho que la temperatura y ese ambiente como de tiempo detenido en un instante sublime, las ha hecho lanzarse al suelo y seguir esa conversación pendiente, ligera, hermosa. Una de ellas podría ser la mujer de mi vida. La miro más allá de lo discreto y me devuelve una mirada despistada, me mira sin mirar, sigue hablando. Sigo caminando. Hay un tipo, en las rocas de más allá, esas que entran en el agua como un animal agonizando, que está lanzando la caña de pescar, espera paciente el tirón, un tirón que podría no llegar jamás: la pesca desafía al tiempo, o lo amolda a otra forma, seguramente más parecida a la forma del tiempo de las mareas. Una marea que está muy baja y la playa se ha hecho ancha, muy ancha, preciosa. Veo mis pies contra la arena y me imagino el desierto, es un vicio infantil: siempre que camino por la arena de la playa evoco al otro, un yo ficticio, quizá guerrero, que camina desahuciado por un desierto terrible, exhausto, sin apenas fuerzas para seguir, avanzando sin rumbo, sin brújula, perdido en ese laberinto total de arena e inmensidad. No sé porque siempre imagino a ese guerrero, a ese yo en mitad del desierto, pero lleva una vida viniendo esa imagen en mitad del verano. Si creyesa en la reencarnación, diría que así morí en mi anterior vida. Luego vuelvo a esta vida, a esa playa ligera que vive el final del día. Miró atrás, uno de los chicos mete un gol de rebote y levanta los brazos, salen, a la vez, todos los jugadores corriendo hacia el agua, se meten y parece un espectáculo preparado, todos esos muchachos saltando las olas y saltando. El partido ha debido terminar.

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