martes, julio 17, 2012

Hombre en el Sur

  Viajó unos días a un pueblo de una sierra en el Sur. El pueblo era amable, peculiar, arquetípico y pequeño. Durante el día, el calor hacía imposible la concentración. Pasaba las horas encerrado en esa habitación tratando de encontrar el modo preciso de escribir algunos fragmentos de todo lo que había sucedido, pero la humedad y la lentitud de las horas se amontonaban bajo el ventilador inconstante. Por las noches agotado de no precisar salía por las calles del pueblo y bebía cerveza. Conoció a Caimán, un  fontanero cocainómano que le habló de la costa como quien habla del éxtasis, también le describió unos pueblos ajenos al turismo donde sólo se escuchaba el mar y el ruido irreal y loco de las gaviotas. Le pidió que le bajara allí, que si conocía donde podía dormir en esa zona. Caimán le miro y en ese mismo instante le llevó hasta el coche. Condujeron un par de horas por una carretera de montaña que descendía por curvas diabólicas. La carretera era terrible, el modo de conducir de Caimán era incendiario, frenético, infernal. No conducía, descendía extasiado una montaña rusa. En el trayecto escucharon música heavy o una variación aguda, salvaje y bestial del heavy. Grupos del norte de Canada que habían fundado algo llamado shit metal y cuyo fin más evidente era llevar al oyente a la locura o al horror, escuchar shit metal en aquella carretera era una tortura. A ratos Caimán describía el pueblo donde iban, a ratos hablaba del orden del mundo, de la idiosincracia de los pueblos, de los alemanes, del origen del nombre de los pueblos, de la desmemoria, de la conquista árabe, del abismal problema del agua. Pero no hablaba sin más, cada una de las frases poseían todo el frenesí y  el desasosiego del desequilibrio emocional. Caimán nunca dejó de consumir cocaína. Llegaron casi al amanecer. Al fondo el mar, un mar tremendo, silente, abría hacía el oeste. A lo lejos un barco petrolero desmoronaba la justificación de la existencia del hombre en la tierra. Para llegar al pueblo había que atravesar un último tramo de carretera sin asfaltar. Caimán le bajó hasta la playa, fumaron viendo el paisaje, un paisaje solemne, rocoso y húmedo, la vegetación rozaba una línea delgada entre lo escaso y lo suficiente. Tomaron un café en el primer bar que abrió, el camarero saludó con recelo a Caimán, este le preguntó por las habitaciones para rentar. Media hora después se despidió de agradeciendole el trato a Caimán, el viaje y todos los favores: incluida la invitación al café. Dejó la bolsa de la ropa en el suelo y abrió la ventana. el día era cálido y no corría el aire. Pensó en bajar al mar, bañarse, alimentarse del ambiente. Se cambió de ropa y se puso unas chanclas. Caminó pueblo abajo hasta el mar. Pensó, sin motivo aparente, que en cierta forma su vida había cambiado de ciclo. Un ciclo menos evidente que los cambios de ciclos pequeños. Este era un ciclo gigante, desmesurado. Se miró la piel de las piernas, la forma de las manos y trató de recordar su mismo cuerpo. Esa piel años antes, muchos años antes. Había algo casi imposinble en el ejercicio, en cierta forma ese cuerpo siendo el mismo cuerpo le negaba la posibilidad de recordarse cuando las variaciones aún no habían sucedido. En la playa sintió el absurdo. Un absurdo que vuelve la vida disparatada. La empresa de escribir ese pasado reciente, de repente, le pareció un ejercicio innecesario, cargado de egocentrismo y tontería. Nadó, nadó con entusiasmo mar adentro. Nadar, durante aquellos minutos, se convirtió en un acto lleno de certeza, un acto autentico: como si por primera vez su vida sucediera en paralelo a la vida. Se detuvo allí, lejos. Vio la costa, la forma dinosaurica de la costa, las casas reducidas en la distancia. Imaginó a volviendo Caimán por la carretera, esta vez ascendiendo esa montaña, tuvo el temor repentino de que el cansancio y el exceso hicieran peligrar a Caimán en su camino a casa. De repente Caimán le pareció su vínculo, casi un familiar. Hundió la cabeza en el agua. Buceó unos segundos, vio un banco de peces pasar realmente cerca. Se sintió indefenso, minúsculo, intrascendente.

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