martes, julio 24, 2012

Lo breve.

 Hay un tipo de relación sentimental, que dura seis o siete segundos, tan valida como cualquier otra relación, llena de recovecos, llena de detalles y de sus historias paralelas, con principios emocionantes y finales tristes pero nobles. No sucede con facilidad y en la imprevisión está su truco. Anoche pasé por esa esquina por un cúmulo de circunstancias absolutamente intraducibles, pero pasé en el momento preciso por Ventura de la Vega con la carrera de San Jerónimo sin saber diez minutos antes que pasaría por Ventura de la Vega. Tampoco había planeado diez minutos comprarme esa botella de agua agradablemente fresca y jamás había estado en mi mente frenar la bicicleta para sacar de la mochila la botella y darle un largo sorbo a la botella en esa esquina de Ventura de la Vega. El cuerpo marca su velocidad y en esa esquina la sed frenó la bicicleta, no fui yo o no fui yo conscientemente, pensando:"Está bien, ahora mismo freno la bicicleta y beberé de mi recién comprada botella de agua". No hubo un proceso consciente, pero frené. Puse los pies en el suelo y lancé la mano a la mochila buscando la botella y miré a un lado hacía abajo, hacia el congreso de los diputados y la vi venir, por primera vez la vi venir, lenta, ausente, recibiendo con amabilidad mi mirada. Mientras tanto giraba el tapón de la botella, en ese doble acto de mirar y tratar de mantener la actividad y fue ella la primera que vio el tapón resbalándose de mi mano y rodando, a poco menos de un metro de mi bicicleta y de mi, el tapón. Hubo un segundo, o una cantidad de tiempo a la vez miserable, escasa pero contundente y abismal, en que los dos, creo, mirábamos el tapón rodar imposible más allá de lo que la física casi permite. Lo siguiente que vi no fue el tapón, lo siguiente que vi fue a ella agacharse, agacharse segura, precisa, como si la cosa estuviera sucediendo en la intimidad de su habitación, donde quiera que esté su habitación, y yo la miraba agacharse como si estuviera viendo una escena de una película de esas que juegan a emocionarte vilmente, como depredadores de emociones fáciles en las que terminas cayendo muy a tu pesar, muy en contra de ti o muy en contra  de lo que crees que eres tú. Luego ascendió con flexibilidad admirable, las piernas bien juntas, el tapón en la mano izquierda y una sonrisa amable y educada capaz de detener el rumbo del universo un par de centésimas de segundo. Busqué lo más rápido en mi registro interior la sonrisa más expresiva, y la verdad es que no sé muy bien que encontré y en realidad sólo ella podría opinar al respecto, pero ya dejamos claro desde el principio la brevísima duración de nuestra relación. Sé, eso sí, porque educado si soy, que le di las gracias de corazón, absolutamente agradecido a ese cúmulo de caminos, de calles, de segundos sumados, de decisiones imprecisas, a mi torpeza, a ese tapón equilibrista y al agua que según la veía irse agoté de un trago largo. Luego me acomodé en la bicicleta y seguí mi camino, recordando con nostalgia y con una sonrisa, aquellos segundos en los que fui feliz junto a ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí, sí, sí. Amores fugaces; los he tenido y me han robado el corazón por segundos.

CL

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