sábado, octubre 26, 2013

El final

 Hoy me desvelé a las tres y treinta y cuatro. La cifra en el reloj me pareció una imagen muy metafórica de lo que significa el desvelo. Nada más abrir los ojos, aún estaba coleando una imagen del último sueño, pero fui incapaz de recordar o de concretar qué era lo que soñaba exactamente. Al mirar el reloj me quedé un buen rato pensando en esos tres números. 3:34. Este minuto está desafinando, pensé, en un ataque de poetisa que cada vez se vienen con más frecuencia. Una invasión de imágenes y frases a las que no estoy acostumbrada. Francamente no me molestan, pero tampoco soy capaz de ver su función o su utilidad: preferiría menos invasiones poéticas y más sueño, por ejemplo. Luego he encendido la radio. Los minutos pasan raros en el insomnio. Busqué la emisora como el que busca frecuencias galácticas en busca de vida extraterrestre. Una mujer de voz susurrante recibía llamadas de otros con insomnio, como si los insomnes se buscaras en las ondas de radio, como si fuera ahí donde habita ese no sueño. Las llamadas entrantes le contaban experiencias, todas trágicas, todas desgarradas, a la locutora paciente. La madrugada es el terreno de las desdichas. Escuché un buen rato esas voces que llamaban desde lugares invisibles, me resultaba difícil ponerle cara a esas voces, como si sólo fueran voces, espectros sonoros, reverberaciones de dramas humanos, diarios. Parecían casi psicofonias, lo que queda del dolor más allá del dolor. Él me llamó, balbuceaba palabras y emitía algún deseo definitivo: "Gordi, me quiero morir ya", pero ya ni siquiera trasmitía desconsuelo o desgarro, su deseo era el deseo último del que ya ha bajado los brazos y se sabe vencido y asume la derrota:"Dile al Doctor que me mate", pero lo decía con tanto sosiego que casi sobrecogía más. Luego, inmediatamente, se volvió a quedar dormido, cada rato emitía ruidos que parecían venir de las cavernas de su cuerpo. El cáncer cabalgando a sus anchas por un cuerpo al que ya ha dominado, en el que ya se ha suicidado. Una guerra civil repleto de víctimas, todas las células derrotadas en un campo de batalla devastado. Miré el reloj, me pareció incomprensible que tan sólo fueran las tres y cincuenta y siete. También me gustó esa cifra porque algo se volvía afinar. Todo impares separados por dos tres, cinco y siete. Esos juegos numericos, a su manera también me parecían sueño, otra forma de sueño en mitad de la madrugada. Luego me dormí, quizá dos minutos después, quizá un tiempo incalculable. La radio se quedó encendida y cuando desperté al amanecer ya no le quedaban pilas. Había soñado con música. y unos jilgueros sobrevolando un espacio vacío. Esa mañana me sentí ligera.

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