viernes, enero 05, 2024

Primer día

 A las 12:23 me llaman al despacho de A. Subo las escaleras con desgana, últimamente cada cosa me cuesta el triple. No es ya falta de fuerzas, es como si estuviera en el cuerpo de alguien que en el fondo no me lo quiere dejar, que no quiere que lo use. Cuando abro la puerta veo que no solo está A, sino que a su lado está B.  Intercambiamos unas frases, nos preguntamos por la salud. Es época de virus y gripes y parece difícil salir indemne de la epidemia. A me dice que me siente y me extiende un sobre. Sin titubeos me dice: "Es tu despido". B mira al suelo. Abro el sobre sin saber muy bien porqué abro el sobre. Pero siento que puedo ganar unos segundos para decidir una reacción. No sé qué decir. No sé porqué me despiden. No entiendo nada del ínstante. Pregunto casi en voz baja que a qué se debe. B baja aún más la cabeza, parece que la despedida es ella, A arma un discurso vacío, innecesario, lleno de elogios que no valen de nada. "Has sido muy útil, un gran valor, pero la estructura..." frases de la nada. Mientras sigue articulando el guión prescrito, pienso en la sociedad, debería pensar en mi, pero pienso en la sociedad, en todos esos discursos que conforman el día a día. La vaciedad de la crueldad. No digo mucho. EN algun momento digo que quiero que mi abogado (no tenga abogado) vea la carta de despido y que de momento firmo que no estoy conforme. No sé de donde me aprendí esa manera de actuar, pero hasta a mi me suena convicente. Me dicen que ya no tengo correo, que no tengo acceso al ordenador y que ha sido un placer. Salgo del despacho. desciendo la escalera con menos ganas aún que las subí. Recojo mi parca y sin despedirme de nadie salgo a la calle. Hace frío y y cae una suave llovizna. El día no es gris, es blanco. Camino por la acera y me doy cuenta que hay cosas que nunca había visto de la zona. Arboles que nunca me había fijado, porque solo acudo ahí para entrar al edificio a trabajar. Veo que al otro lado de la acera, un poco más allá hay un parque con bancos. Me siento. Pienso en mi futuro, pienso en mis padres, pienso en algunos compañeros de colegio, pienso en el mundo sindical, pienso en las nuevas tecnologías. Durante un rato que no sé identificar pienso en cosas abstractas, sin detenerme en ellas. Sin reflexionar o percibir algún tipo de sensación respecto a ellas. Me pongo en pié. Camino hasta el metro. En el anden no hay nadie. Veo el tren entrar en la estación como si fuera la metáfora de algo. Intento identificar qué metáfora es, pero no estoy para poesía. Se abren las puertas y bajan tres jóvenes con mochilas. Pienso en sus futuros, pienso en sus proyecciones, pienso en sus vidas laborales. En el vagón un musico ambulante con un altavoz y una guitarra canta una canción de los ochenta. Tiene buena voz, pero el equipo de sonido es de una calidad pésima y suena todo muy abotargado, una masa sonora sin matices y de textura desagradable. Dos estaciones después el vagón va mucho más lleno. Me bajo sin saber por qué me bajo. Salgo a la calle. Pienso, no sin épica, que en ese momento empieza una nueva vida, o más que una nueva vida, una nueva forma de vida. Me siento ajeno y extraño, pero sobre todo, y esa es la confesión que me hago en esa primera hora sin trabajo, siento miedo, un miedo atroz.

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