viernes, diciembre 03, 2021

Primer amanecer

 N y su hermano duermen en una habitación de un hotel en El Marqués, casi metidos en la Urbina. El mundo les ha mostrado, en pocas horas, la posibilidad de las estéticas. La palabra ciudad ya no engloba una cosa única. La ciudad, han descubierto, es una cosa que puede tener miles de caras, miles de formas, olores y ruidos. Están durmiendo en una habitación y sobrevuela una masa sonora que ya nunca se despegará de su recuerdo. N sueña con la humedad del trópico, que es una sensación que le ha marcado todo segundo en su llegada a la ciudad. Su hermano sueña con un bar donde están los amigos que ha dejado en Vigo. El sueño es profundo y cargado de sensación de realidad. El hermano de N, despierta en medio  de la noche aturdido y confundido, mira a N dormido y se asoma a la ventana. Siente un atisbo de nostalgia o tristeza, pero no logra descifrarla. Vuelve a la cama y sigue durmiendo. Cuando amanece, N despierta primero, su hermano está dormido y N se asoma a la ventana. La ciudad está en acción. Mira los coches, su tamaño, su diseño, su volumen. Toda su desubicación queda representada en los coches que ve pasando por el bulevar de abajo. También el ritmo de la ciudad. No se parece en nada al ritmo de la ciudad en la que había vivido los últimos siete años. Y eso tan abstracto, tan poco decidido, tan poco previsible, como es el ritmo de la ciudad, el ritmo propio, es al final lo que las define, lo que las identifica. Caracas tiene un ritmo apabullante, en cierta manera N siente que observa a lo que no tiene acceso y que no se puede explicar, pero esta fascinado, casi hipnotizado. Seguramente eso es ser extranjero, ver un ritmo, un movimiento en un lugar y saber que no estás dentro, que estás ahí, pero que solo lo observas, como publico que mira a una orquesta ejecutar una pieza. Su hermano llega a su lado, miran por la ventana y no hablan. Ambos saben que el otro se siente igual. Abrumado por el movimiento ahí abajo, por la estética de las cosas. Los letreros de los negocios, el orden de los árboles. La normalidad de cada uno se sustenta en no pensar en dónde y cómo están las cosas. Ser extranjero tiene algo de locura, te cuesta comprender y encajar cada partícula de la realidad. No tanto porque no la entiendas sino porque te abruma ser consciente de cada olor, de cada sonido. 



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