viernes, diciembre 03, 2021

Al Ministerio de educación

 El primer día es un día donde tienen que resolver papeleos. Han llegado al país a mediados de diciembre y a principios de enero N y su hermano empezarán las clases en algún colegio en Caracas. Hay varias cosas por hacer en el ministerio de educación antes de inscribirles en el colegio donde ya tienen reservada la plaza y cuanto antes lo hagan mejor será. N no sabe muy bien en que consiste el papeleo, pero la excursión al centro de la ciudad tiene un halo de aventura. No tanto así entrar a un ministerio a moverse en la burocracia administrativa, más en un país caribeño. Caminan hasta el metro con brío. Los padres van animados y N y su hermano ahora mantienen una actitud entre el entusiasmo y la diversión. La bruma sensorial de las primeras horas da paso a un ambiente más festivo. El metro de Caracas está nuevo y es moderno. Tiene un aire cinematográfico y atractivo. La ciudad, bajo tierra, cobra un orden que no parece tener arriba, como si en Caracas el orden se alterara y el subsuelo tuviera algo de paraíso apaciguado. N y su hermano hoy parecen más turistas que inmigrantes. Observan las cosas de manera mas frívola y menos trascendental que el día anterior. Se ríen, gastan bromas y perciben las cosas con diversión. En el metro son capaces de apreciar que Caracas son varios mundos recogidos en una ciudad, y eso es algo que irán apreciando cada vez más, según van pasando las semanas. Bajo tierra la sensación de estar rodeado de un abanico de gente amplísima. Estéticamente hay gente que parece de los años setenta lo que le otorga a la realidad una sensación de multitiempo: en Caracas se suceden varias décadas a la vez. Se aprecian estudiantes, trabajadores de todo tipo, gente trajeada de distintas formas, trajes modernos, trajes antiguos, trajes con pantalón de campana, trajes que abarcan casi medio siglo de modas. A finales de los ochenta, en Vigo ver un negro era algo bastante atípico, a finales de los 80, N y su hermano, descubren que el negro es un color de piel que abarca millones de matices y los descubren de golpe en el subsuelo de Caracas. En el vagón atestado sienten que en cierta manera hay alguna posibilidad de ser parte de ese ritmo de la ciudad, sienten que en ese instante están entrando en él. Leen los nombres de las paradas, para ir hasta el centro, son la ruta de esa expedición psicodélica. A Chacao, sigue Chacaito: como si la ciudad fuera encogiéndosela para luego expedirse en Sabana Grande. Van atravesando el subsuelo y los nombres les obligan a imaginar la superficie. En Parque Carabobo, el hermano le dice a N: ¡Tu parque! La broma hace gracia a N y se ríen. Bobo, tú. Bajan en El Capitolio. Caminan tras los padres, que parecen seguros de donde ir. Ahí la ciudad es distinta, porque la ciudad siempre es distinta. La verdadera diferencia que permanentemente perciben es que la ciudad es de todo menos monótona. Cada instante cambia, como si fueran trozos de proyectos de ciudades, como esos collage de recortes de periódicos y revistas, que tienen edificios de distintos lugares y se van pegando para armar una idea de ciudad. En esa zona la ciudad colonial se mezcla con edificios racionales, edificios que nunca se terminaron de hacer. La venta ambulante desborda las aceras. Ventas de zumos, de zapatos, de camisetas, de comida de todo tipo, casettes de salsa. Se mezclan disentías canciones en menos de treinta metros. "Ricardo viene de frente con su sonido bestial" dice una voz desde un altavoz que satura como si quemara, acompañada de un ritmo brutal o "sonido bestial" como dice la canción. Si el día anterior se sentían en una especie de viaje interestelar hoy la realidad es de otra forma, es la vida en la tierra en todo su esplendor. La vida del ser humano a lo largo y ancho del planeta a finales del siglo veinte. Huele a una comida que de seguro tapona arterias pero que incita a la comilona. El padrastro pregunta a un tipo que camina rápido si sabe cómo llegar al ministerio. Indica amable y despreocupado. Cuando llegan al ministerio la sensación de frenesí permanece. Sale y entra gente del edificio como si huyeran de algo. Unos tipos en la puerta le hacen gestos incompresibles al padrastro, proponen corrupción menor para resolver de manera eficaz papeleos, que de otro modo, resultan imposibles. Al Padrastro le han dado el contacto de uno de esos "gestores". Todo sucede rápido. Willy Camacho aparece de repente, saluda al padrastro como si fuera su primo, le pide los papeles, se queda con las carpetas de un modo que parece que ha hecho un truco de magia, y le dice: "en media hora esta vaina esta resuelta, vayan a tomar café". El padrastro siente una especie de fascinación ante el momento, el orden del desorden siempre resulta desconcertante y mágico. La burocracia siendo víctima de sus propios trucos.

 El asunto es que media hora después los papeles no se han podido resolver. "Los muchachos aún no tienen la residencia". Dice Willy mostrando una preocupación que no siente.  Eso dispara todo por los aires. Pero el mismo Willy da una solución meteórica: 

- Vayan a Cúcuta Vayan a Cúcuta ya. Mañana mismo si puede ser. Entren al país por Colombia, allí mi agente Wilmer Washington Martinez resolverá esto más rápido que gordo en patineta. Tome su número, avise cuando llegan y él prepara todo. En dos horas los muchachos y la señora tendrán la residencia por cinco años. Ustedes traen dólares Wilmer les pondrá preferentes en la lista. Decidan rápido si quiere que los muchachos empiecen clase en enero. 




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