jueves, septiembre 05, 2013

Un día en Querétaro

En Querétaro soñe que estaba en Meknes, en la medina de Meknes y que un tipo de mediana edad, nórdico, me hablaba en perfecto acento catalán de un teoria terrible sobre como el cancer es una enfermedad teledirigida por los gobiernos para regular la población mundial. El tipo confesaba haber trabajado durante años siendo la comunicación entre farmecueticas y los totems de la industria alimentaria para evaluar el flujo de trabajo y los plazos de propagación. Desperté sudando, la temperatura en Querétaro era espesa y la madrugada parecía un extraño amanecer permanente, como si el Sol no se hubiera ido del todo esa noche. Sentí la pesadez de cabeza de los litros de cerveza que llevaba consumidos los dos días previos. En realidad era la tercera resaca ahogada en otra borrachera y el dolor de cabeza parecía la suma de los dolores de las tres resacas seguidas. La casa en la que estaba durmiendo olía a un perfume antiguo o a un ambientador peculiar, también olía a otras épocas, a olores que recordaba de casa de mi abuela o aquella tía que vivía en un pueblo del Bierzo. Olores lejanos, como si fueran olores que se han quedado de cuarenta años antes, estáticos, inmóviles en el aire. Olores que las corrientes no empujan. Me puse de pié, en cierta forma no recordaba muy bien la casa, porque había llegado borracho cuando dejé las maletas a mediodía y nuevamente borracho cuando llegué de beber desaforadamente en un local del centro. Escuché un gemido, pensé que Octavio, el tipo que me había acogido en su casa, estaba masturbandose, pero luego comprendí que los gemidos eran femeninos. No recordaba haber visto a nadie más em la casa, tampoco recordaba haber llegado con nadie cuando volvimos borrachos. Los gemidos iban en aumento, la mujer casi rozaba el orgasmo, pero un orgasmo largo, muy prolongado y tremendamente intenso, cuando parecía que no había más capacidad de ascensión, aún había un tramo más en su placer, sin embargo no caía en la banalidad de gritar. Eran gemidos extremadamente elegantes. Inevitablemente imaginé un rostro a esa garganta. Creo que cerré los ojos, no estoy seguro. Creo que pensé en masturbarme, pero el ruido de un coche aparcando me distrajo. El silencio, el gemido y el motor de coche, de resto eran oscuridad y una temperatura indescriptible, rara. El coche se detuvo, varias veces pasó un fogonazo, ese fogonazo que dejan los coches en los techos de las casas, después de atravesar las ventanas, un reflejo que va y viene por que abajo el coche aparca. Dejó de sonar el motor. Se escuchó la puerta de la casa. No me había percatado de que ya no se escuchaban los gemidos. Escuché pasos, alguna puerta, una enorme cautela. No escuché nada más. Me asomé a la ventana. Traté de reconstruir la zona donde estaba, pero juro que no recordaba nada de Querétaro. Me había bajado borracho del autobús que me trajo de Guanajuato. HAbía conocido a Octavio en el terminal, hablamos de Butragueño y de Café Tacuba, hablamos de un poeta que me inventé y que Octavio dijo haber leido toda su obra. Bebimos hasta el deliro en el bar del terminal. Octavio me invitó a su casa. Atravesamos Querétaro por una avenida que a mi me recordó a la Avenida Libertador de Barquisimeto. Llegamos a un barrio que me recordó a Bararida y entramos en casa de Octavio que era una casa construida por él con materiales baratos, que me recordó a una casa que ya no recordaba a quien pertenecía. Salimos de allí y fuimos a beber más. Canté canciones que detesto, me subí a un pequeño escenario a cantar dos canciones mías y fui abucheado, Octavio, amable hasta lo incomprensible, me dijo: "A mi me han gustado". Bebimos. conocí a una tipa que me recordó a Italina, y hablé con ella como hablaba con Italina y creo que durante media hora pensé que en realidad era Italina y bebí imaginando que sería de la vida de Italina: En Miami, rodeada de gordos casi alcohólicos adictos a los todoterrenos,comprando ropa barata con ínfulas de ropa cara, manteniendo esa torpeza de la gente que quiere ser elegante y no le sale, recta, rígida en la educación de sus dos hijas, con algún desliz extramatrimonial, algún desliz torpe, un accidente, un resbalón innecesario, sin embargo enormemente enamorada o entregada a ese tipo mucho mayor. Imaginé, casi aposté a esa vida de Italina, mientras la tipa que me recordaba a Italina me hablaba de las playas de Michoacan y de un tipo que había sido su novio que murió haciendo windsurf en una de esas playas inaccesibles de las que me hablaba. Bebí y antes de irnos, vomité en el suelo del bar que ya habían cerrado sólo para los clientes amigos, porque Octavio era amigo y el dueño que me empuja y Octavio trata de disculparme con esa voz amable y simpática. Salimos de allí, Octavio me abrazó como si fueramos amigos indestructibles y le dije que yo le tenía mucho aprecio y que con casi toda probabilidad nadie me había dado tanto por nada a cambio, pero que eramos unos perfectos desconocidos el uno para el otro. Octavio paró un taxi, sonriendo, como el que le rie las gracias a su amigo más borracho. El taxista y Octavio empezaron hablar de apuestas, de luchadores, luego hablaron de un delantero con fama de homosexual y al final hablaron de mi, algo decían de mi que se reian con cariño. Nos bajamos del taxi, Octavio abrió la puerta de la casa con torpeza, subimos las escaleras peor construidas del planeta y me dijo que aquella habitación era mi habitación: "es tuya el tiempo que quieras". Pensé que Octavio, por edad, necesitaba un hijo, jamás había visto a nadie con semejante espiritu paternal. Luego dormí y desperté por la pesadilla y todo ese suceso de gemidos y el coche me desvelaron. No sé cuando me volvía dormir. Desperté cerca de las nueve y media de la mañana. Octavio tomaba café en la puerta de la casa. Hablaba con los vecinos de las otras casas. En la casa no había nadie más. Tomé café, bebí tres tazas y comí unas carnitas que ayudaron con la resaca. Le dije a Octavio que me iría, que quería seguir hasta las playas de Michoacan. Me advirtió de los peligros y me llevó hasta el terminal. En el camino le conté lo de los gemidos, en tono jocoso, de hombretó, casi imitando el acento mexicano, pero me salía el acento venezolano:

.-¿A quién te cogiste anoche, bichito? Escuché los gemidos, bribón.

.- ¿Yo? A nadie. Andarías soñando, compadre. En esa casa no entra hembra desde hace cuatro años.

.- Coño, Octavio. No me mientas carajo. Escuché a esa tipa. Luego llegó alguien en carro. Me desvelaron- y sonreí para acentuar el tono machorrón pero con la idea de entender.

.- Valero, te juro que soñabas. Dormimos tú y yo en casa. ¿Andas necesitado, amigo, que anda con sueños calientes?

 Luego Octavio habló de otras cosas, del terminal, del tráfico de Querétaro, del olor a gas. Llegamos al terminal. Nos abrazamos, me subí al autobús, pero tardó mucho en arrancar. Apoyé la cabeza en la ventanilla. Al fondo, se veía el bar del terminal. Octavio charlaba con un tipo con su maleta, recien llegado. Bebían cerveza. Cuando arrancó el autobús pensé que ya no me apetecía ir a las playas de Michoacan. En realidad no hubiera ido a ningún sitio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"hablamos de un poeta que me inventé y que Octavio dijo haber leido toda su obra" MORTAAAAAL!!!

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