lunes, noviembre 06, 2023

Los últimos viajes en el tiempo

 En la calle Princesa piensa en un argumento para una novela. Durante aproximadamente dos minutos, en su cabeza se forma todo un esqueleto, todo un edificio de un argumento con distintas lineas temporales, con personajes entrelazados a lo largo de distintas décadas, Una novela que habla del último siglo y de los cambios psicológicos que eso ha producido en las personas, habla de la transformación social y de los efectos de la evolución digital, pero sobre todo habla del dolor y de la huida, de la soledad y del silencio. En dos minutos es capaz de ver todo extendido, como en una pizarra enorme, el mapa argumental, las subtramas enlazadas a la trama, la estructura y la forma narrativa. Todo extendido ahí, en medio de la calle Princesa. Cruza para entrar en el metro de Arguelles. De la esquina de El Corte Inglés ve salir una pareja de jóvenes, con ropas sofisticadas, vienen de comprar. Les mira y piensa, que de alguna manera, esos jóvenes son parte de la novela, no sabe en qué momento aparecerán, pero sabe que de alguna manera ellos están ahí, en el mapa de la pizarra donde se trenza toda la trama. Desciende al metro, en el andén de la línea 4 ya casi no se acuerda de la novela, una novela, que había pensado, sería larga, de unas seiscientas páginas. Se sube a un vagón, el vagón va casi vacío. Avanza varias estaciones. Esta convencido en ese momento que Madrid lleva un rato sin estar en el año 2023, que como en esas películas de ciencia ficción donde el tiempo se puede mover, Madrid lleva una ato instalada en el año 78. Nadie se ha dado cuenta, la gente sigue vistiendo a la manera de 2023, todos llevan sus móviles, no han fallado las conexiones, porque todo eso ha viajado también, pero Madrid lleva un rato en otro año. Se baja en Alonso Martínez. Sale a la plaza De Santa Barbara. Se queda quieto porque ha olvidado donde iba. Hay momentos que todo parece perder narración, trama, como si fuéramos novélas y hubiera páginas de relleno o que se han quedado sin corregir. Se queda quieto en Santa Barbara. Mira hacia abajo, dirección calle Hortaleza. ¿Cómo podría saber o verificar que realmente estamos en el año 78? Sabe que no lo podrá comprobar, que ni siquiera lo podrá comentar, pero no tiene ninguna duda de que es así. Madrid, a ratos, viaja hacia atrás, de hecho, con frecuencia, se instala en años previos. Eso, claro, explicaría muchas cosas. Eso explicaría la ciudad, la gente con la que se relaciona, con la gente que trabaja. Eso le hace darse cuenta de que todo sucede en otro tiempo. La gente trabaja en décadas anteriores, la gente disfruta de comidas familiares en años lejanos, la gente ve a los otros desde allí, desde muy atrás, sin ser conscientes que han viajado en el tiempo, que son personajes de una muy peculiar novela de ciencia ficción. Gira la cabeza hacia la esquina con Sagasta, donde estaba la vieja cafetería Santander y ahora está nueva cafetería Santander, lo que certifica, en cierta manera, que efectivamente la ciudad sufre de saltos temporales. Al lado ve el quiosco, remodelado. Cruza, y observa la prensa del día. Tiene ganas de abrir algunas paginas, observar si las noticias son de hoy, de ese hoy del 2023 o de un hoy más viejo, un hoy del siglo pasado. El tiempo, piensa, ha sido modificado. El pasado ha sido alterado, una regla, que como aprendió en las películas, no debía ser saltada. El pasado no debía alterarse, porque perjudicaría en los acontecimientos del futuro. De repente, el argumento bestial de su novela se le confunde con la realidad. ¿Y si en verdad estoy ya dentro de mi novela? reflexiona aturdido. ¿Si esto no es mas que una novela vívida, que se va recorriendo de forma real? ¿Si la trama es esto que se despliega ante mis ojos: Alonso Martínez en el año 23 sin ser el año 23? Y de repente piensa que sí, que Madrid está en ese instante mucho más atrás en el tiempo. Ni siquiera en el año 78. Madrid está, entonces, en el año 56. 

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