martes, noviembre 07, 2023

La nueva vida de Andrés

 Andrés se detiene en mitad de la calle Madera un dia de semana a media tarde. Hace frío, pero Noé excesivo, además Andrés no es de los que se queja del frío. Si algo le perturba a Andrés son los calores de la ciudad en verano, pero ese frío moderado no le afecta en ningún modo el carácter. Es la temperatura bajo la cual, su percepción de la realidad no se ve intoxicada. Su piel, podríamos decir, está compuesta para vivir justo en ese frío moderado. Mira hacia arriba, ese trozo final de calle que hace una leve cuesta hacia Espíritu Santo y siente, de golpe, sin saber muy bien por qué, que su identidad, esa que ha ido construyendo bajo unos gustos, bajo algunas ideas y sobre una forma de expresión, ya no existen. Entonces, de golpe, mientras el bullicio del barrio sigue sucediendo, gente de acá para allá, que no camina por las aceras, siguen deambulando, Andrés siente un vacío, un agujero que se abre. Como esos malos efectos de películas mediocres de ciencia ficción. Un agujero viene a toda velocidad desde la Calle Luna y lo absorbe, lo devora y se lleva para siempre a lo que él creía que era Andrés hasta ese momento. Su piel, eso sí, sigue inalterada. La temperatura exterior le sigue pareciendo amable, la temperatura idónea: noviembre en Madrid. Pero de resto, muchas de las cosas que él creía que componían a Andrés, ya no lo son. Ese agujero enorme que ha subido a toda velocidad por toda la calle se lo ha llevado. Una señora pasa a su lado con bolsas de Mercadona, le mira con algo de desprecio y sigue. Andrés la mira y durante algunos segundos siente envidia o algo parecido a la envidia, que es también una forma de admiración y también una forma de desprecio y de angustia y de dolor y de desasosiego y justo ahí Andrés se detiene, en el desasosiego, que a su vez se parece al agujero que se ha llevado algunas cosas de la identidad de Andrés. Entonces decide seguir andando. Sube el tramo de calle, esa ligera cuesta que imperceptiblemente te hace acelerar la respiración. En Espíritu Santo la calle parece un pueblo. El vaivén de ciudadanos imprecisos le recuerda a algo: a su vida anterior; que dejó de suceder hace escaso tres minutos. Entonces Andrés mira las cosas y nota que las mira de otra manera. Los gustos de las cosas, por ejemplo. Mira la ropa de la gente y la que antes le parecía bien, ahora le da igual y la que antes le parecía mal, ahora le da igual. ¿Qué me gusta? Se pregunta Andrés. Y se da cuenta que tiene hambre. ¿Me habrá afectado al gusto por la comida esta perdida de identidad? Mira hacia un bar, ve que picotea la gente y nota que en ese punto el gusto está inalterado. El hambre y la comida siguen anclados a Andrés, es el mismo, pero sin embargo una canción que suena hacia la calle, que sale de una tienda y que antes detestaba ahora le pone contento. "Finalmente esta canción no estaba mal" piensa y sonríe mientras tararea el estribillo. Cuando casi alcanza la esquina con la corredera alta, ve a un viejo amigo. Este se acerca y le saluda:

- ¿Qué tal, Andrés? Joder, cuanto tiempo.

- La verdad que sí- contesta Andrés- pero mejor así, porque ahora me pareces un profundo mamarracho. 

El amigo le mira desconcertado, inquieto incluso preocupado. Andrés le da la mano y se despide. Sigue caminando y piensa, como una conclusión feliz: "Se esta mejor así. Bajo este nuevo influjo" y se pierde por la Corredera en dirección a Fuencarral, donde no se le ha perdido nada.

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