martes, enero 31, 2023

La ciudad incomprensible

 Vivieron casi una década en una ciudad que nunca entendieron bien. Claro, las ciudades nunca se entienden bien, porque su crecimiento no sigue la lógica de una persona, sino un cúmulo abrumador de caprichos, ambiciones y azares absolutamente indescifrable. Hay ciudades que tienen cierta coherencia, ciudades marcadas abruptamente por los acontecimientos de su historia y la historia universal y luego hay ciudades que están ahí, sin saberse muy bien del todo porque están ahí, como han ido creciendo, qué explicación urbanística las da sentido. Son el paradigma de la imprevisibilidad. Y ellos habitaron ahí, pero probablemente nunca estuvieron. Estar no siempre va ligado a un asunto físico. Uno puede no estar estando y ellos estaban, pero nunca estuvieron. La arquitectura estudia, no siempre con mucho tino, esa relación que tenemos con la ordenación territorial y el urbanismo, pero a veces las explicaciones son complejas cuando las ciudades son incompresibles y se escapan a la lógica. Habitaron allí, con frecuencia con una actitud distante, extraña, una forma muy peculiar de melancolía. Una tristeza agotada. ¿Cómo terminaron allí? La vida, como el urbanismo, tiende a no seguir reglas, lógicas claras y su biografía, si se revisara a fondo, no deja claro el por qué de terminar viviendo en esa ciudad. Llegaron como llegan las hojas que caen al río a algún punto varios kilómetros más adelante. Cayeron y fueron arrastrados. Se instalaron en un apartamento en el centro. Claro que los centros de las ciudades no significan los mismo en Europa que en Latinoamérica. Quizá esa diferencia ya empezó a marcar las cosas. Llegaron una tarde de julio. Los muchachos habían terminado el curso y era el momento para cambiar de ciudad. Un cambio, que a priori facilitaba las cosas a todos. No se les facilitó a nadie, pero eso es algo que descubrirían años después. Cuando el coche giró en la Avenida Venezuela para bajar por la calle 29, la madre y el hijo pequeño, que estaba a pocos meses de dejar de tener esa posición, fueron invadidos por un sentimiento desconcertante, en general se le llama intuición, pero también primer impacto. Y ese primer impacto fue de desasosiego. En el caso de la madre ya conocía la ciudad, en el caso del hijo pequeño que iba a dejar de serlo, fue una primera imagen de desolación y deconcierto. Se abrió algo nuevo para siempre, porque de repente, más allá de la ciudad, más allá de ser un coche bajando por la calle 29 hacia la carrera 16, sintió un eco amplio, un eco vacío y casi infinito, un descubrimiento del vértigo: el universo, de repente, rebotaba una especie de nada allí, un eco silente que recorría la calle 29 entera. 

Somos parte de la ciudad, las formas se nos meten a fondo y en cierta manera modulan nuestra percepción. El muchacho no rechazaba la ciudad porque sí, simplemente no la entendía, se le escapaba a lo que las ciudades significaban para él. Cuando, meses antes habían llegado a Caracas desde Galicia, Caracas le produjo un impacto inmenso, profundo, pero a su manera, para él, Caracas era comprensible, lo que sucedió al atravesar el centro de Barquisimeto, esa tarde de julio, es que de repente descubrió que las ciudades tenían muchas más formas de las que él sospechaba o estructuras inexplicables. Percibió una profunda sensación de caos, de desestructura y de tristeza. Probablemente la tristeza estaba en él, porque tardó mucho tiempo en irse, pero en algún momento sintió la alegría y la celebración en esa ciudad. Pero aquellas calles le parecieron sumamente tristes, pero no la tristeza icónica, la tristeza paradigmática, era una tristeza nueva, porque era una tristeza que venía de sentirse ajeno a lo que veía, ajeno y muy lejano. Como si hubiera algo que sabia que jamás iba a poder cruzar, por eso no siempre estamos estando. Él no estaba, y ese descubrimiento filosófico con 13 años, le produjo, sin saberlo conscientemente, su primera crisis existencial. ¿Qué hay entre nosotros y el mundo? ¿Qué sucede cuando estando no estamos? 

Los primeros meses la distancia entre el lugar y él fue abrumadora. No sólo no terminaba de llegar, sino que cada vez estaba más lejos. Aquellas calles destartaladas, aquellas casas descuidadas, aquel asfalto destrozado, aquel ruido comercial en la calle 20 le mantenían en un estado de desubicación. A cada minuto intentaba penetrar, pero algo no se lo permitía. Se fue sumiendo en el silencio y en una meditación permanente sobre la relación con las ciudades. Para él, sin saber por qué, cada cosa que sucedía estaba marcada por el escenario: Barquisimeto lo inundaba todo. No hablaba con alguien, sino que hablaba con alguien en Barquisimeto. Todo, cada segundo, estaba marcado por lo que significaba su nueva ciudad. La ciudad tiende al calor, no siempre, pero tiende a elevar la temperatura. También las percepciones climáticas condicionan todo: ese era un clima nuevo para él. 

El centro de la ciudad era una cuadricula gigante, atravesada por calles y carreras, la distancia a los sitios se podía medir exactamente en cuadras. Esa idea matemática le obsesionó. Prefiguraba imágenes y paseos como el que dibuja diagramas. Su colegio nuevo estaba a seis cuadras, la panadería que gustaba en casa a cuatro pero en dirección oeste. La tienda de discos mas cercana a cuatro dirección norte, el hospital donde nació su hermano meses después a tres: dos cuadras norte, una oeste y así, estando sin estar, fue viviendo sus primeros meses en la ciudad que no comprendía y que nunca comprendió del todo. Mirando cada cuadra, esas casas de aspecto colonial, pero desajustadas, con la pintura caída, ventanas rotas o tapadas, brochazos sin terminar, una ciudad que a ratos tenía aire de abandono y otras de futuro incierto, como estaba él, sumido en una sensación de lejanía e incertidumbre. Como si viviera en un lugar que el resto del cosmos se hubiera olvidado que sigue existiendo. 

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