lunes, mayo 10, 2021

El verano feliz

  Había perdido brillantez en los últimos años, aunque el deterioro lo notaba básicamente en los últimos meses. No construía sus discursos con facilidad, las ideas no se trenzaban como antes, se escapaban detalles, no se armaba el pensamiento con rapidez y ni siquiera a él le entusiasmaban algunas de sus ideas. Detestaba lo ocurrente o esa expresión que aborrecía: la chispa; pero ciertamente se parecía a eso. A una perdida de empuje en el pensamiento. Estaba abotargado y la incapacidad de fluidez en el pensamientos, a ratos, le producía cierta ansiedad. ¿Había venido esa espesura para quedarse? Como aquellos míticos deportistas que iban perdiendo rapidez y esplendor en la cancha, ¿era lo suyo el deterioro perenne? No lo sabía. Salía a pasear con frecuencia buscando refrescar el pensamiento. Miraba a la gente joven, su aspecto vivo, su indiferencia evidente al tiempo, sus pensamientos moldeados en ese nuevo mundo que para él ya tenía mucho de argumento incomprensible, como esas películas que a la media hora dejas de entender del todo. No quería ser joven, "no se puede ser joven, ser joven es un algo tan extraño" pensaba. Sólo quería disfrutar de placer de pensar, de sentir que su pensamiento se podía estructurar, porque eso es lo que hacemos cuando pensamos: creamos una línea argumental, conectamos puntos, círculos distantes en nuestro cerebro. Aquellos paseos se convirtieron en algo casi adictivo. Era verano. Un verano suave, amable y las tardes por la calle Caramuel le estaban dando una sensación nueva de disfrute. Ya no hilaba reflexiones, pero pensaba sin pensar, lo que le daba cierto descanso. A última hora, cuando el sol iba bajando, entraba al Fabián, un bar a dos cuadras de su casa, se pedía un vino y escuchaba las opiniones aleatorias de los otros asistentes. A veces política, a veces deporte y otras veces reflexiones sobre el coste de la vida. Dejaba aquella marea de palabras sonar, como si le sirvieran para algo, algo que debía de encontrar o de hacer saltar algo en su propio cerebro. Las voces de los otros como otra forma de propio pensamiento. A veces salía algo beodo del bar y andaba por la acera con algo de torpeza. Le hubiera gustado que aquel verano fuera eterno, que la ciudad medio vacía se quedara así para siempre. Todas las noches hacía la misma ruta, los mismos ritos, hasta aquella noche precisa en la que todo cambió. No esperaba nada del verano, posiblemente no esperaba mucho de la vida. No era un pesimista, pero no vivía con falsas esperanzas, aceptaba la vida posiblemente tal como era, una especie del accidente del que surgimos a borbotones, como pompas de agua. Y no esperaba nada aquella noche mientras caminaba por la calle ancha a ritmo desigual pensando sin pensar demasiado, sin más que haciendo un pequeño repaso a las opiniones que había escuchado en el Fabián, cuando de detrás de Fiat bastante deteriorado aparecieron dos tipos de repente. Se le encararon y le amenazaron con una navaja de poca monta pidiéndole todo lo que llevara. Les miró con desdén, ausente de temor, por alguna razón no esperaba que las cosas se fueran a poner violentas. Fue entonces cuando, de golpe, aparecieron los pensamientos, la fluidez, la "chispa", pensó en la violencia, en la estructura de la sociedad, en la opresión. Les empezó a hablar de lo que pensaba, de lo que estaba sucediendo en su cabeza:

.- Llevo meses en un proceso extraño del pensamiento. Llevo meses sin construir y argumentar mis ideas y este susto repentino, vuestra aparición me ha devuelto el armazón del raciocinio. Entiendo, amigos, porque roban, lo entiendo y lo comparto, no tengo mucho, pero os lo voy a dar. No cambiaremos el mundo, llegamos siglos tarde para intentar cambiarlo. Ganaron, ganó el poderoso, ganó  el opresor. Nos dejaron desarmados y sin recursos. Nos deshilacharon. Pudimos ser madeja y nos hemos convertido en trozos de hilos desperdigados por las calles y ya llegamos tarde. Sin embargo vosotros no sois culpables y os merecéis mi dinero, os merecéis más otro dinero, otra posición, otros dolores, y también, probablemente yo lo merezco, pero entre nosotros, es probable que yo sea opresor, que yo merezca vuestra violencia. 

A esas alturas de discurso, los dos jóvenes y aprendices de ladrones, habían asumido que el asalto había fracasado: "No te diste cuenta que era un loco" le recriminó, más tarde, el más joven al que había decidido que ese era el hombre para atracar esa noche. El discurso duró algun minuto más, donde se iba trenzando todo un manifiesto sobre la explotación y la opresión. Sobre la estructura social, sobre dominio y el derecho a la violencia, sobre el derecho de los oprimidos a robar. Mientras hilaba pensamientos para justificar que sus Ladrones que le robaran, iba sacando la vieja cartera Y juntando los pocos billetes y monedas que sumaban una cantidad de dinero que no solucionaría ningún problema, ni siquiera subvencionarían una noche de diversión a los inexpertos asaltadores. No cogieron el dinero, se miraron, se dieron la vuelta y se fueron de allí sin despedirse. Nuestro hombre, abrumado por la gentileza de los dos seres que le habían devuelto la fluidez de pensamiento, se quedó unos segundos boquiabierto, atónito y feliz. Arrancó el camino dispuesto a retomar su vida previa. Aquel verano lo recordó siempre como: el verano feliz. 

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