jueves, abril 15, 2021

El escritor en un live de instagram

 Es el arranque de un live de instagram. El escritor está sentado. Hay alguien encuandrándole a través del teléfono, al otro lado de la mesa en la que está sentado. Sospecho que es su hija o hijo, alguien cercano a la veintena, quizá algo menor. Me resulta difícil identificar edad y género. El escritor le dice: "¡Menos mal que llegaste!", con una especie de alivio ante la complicación técnica a la que se está enfrentando. El escritor está acomodándose, pero no termina de entender del todo lo que está sucediendo, escucha una voz por otro teléfono que le saluda amable y le dice alguna frase. El escritor mantiene dos frentes en su interior: por un lado se acomoda para estar presentable y serio para la charla que va a dar comienzo, pero por otro lado está intranquilo porque no entiende por dónde va a escuchar al interlocutor. La hija o hijo, o el que sospechamos que es la hija o hijo, le indica, muy prudentemente, que ya están en vivo, y el escritor, aún asumiéndolo, no termina de actuar como si estuviera siendo ya visible para los espectadores. Es el momento que dice la frase por la que decido escribir este texto: "¡Qué cosa tan extraña!" El momento para el escritor, es probablemente absurdo, o como el dice: extraño. En algún momento se dirige a la hija o hijo, con esa confianza con la que te diriges solo a alguien con el que convives , esa manera de hablar en uno de esos momentos de extraña incertidumbre que tienes cn alguien de mucha confianza, también con esa sensación de búsqueda de amparo que tienen los mayores, y que llegaron a estas tecnologías ya entrados en años, hacia los jóvenes a los que suponen siempre virtuosos tecnológicos. Se escucha a alguien por otro teléfono. Parece ser una persona de la editorial que ha organizado el encuentro en Instagram. El escritor varias veces se acomoda, se sienta recto, mientras momentáneamente da la sensación de repasar algo de la charla que va a mantener. Su cabeza esta jugando varios partidos: estar en posición para arrancar la charla, repasar el tema fugazmente y el lío tecnológico que no acaba de entender. La hija o hijo, o la que suponemos la hija o el hijo, pasa unos segundos de desconcierto también. No la/le vemos, la/le intuimos. La cámara se desplaza varias veces, pero no sabemos bien qué busca. Trata de indicar al escritor que todo está en orden, que no se preocupe, pero lo hace de ese modo que trasmiten a veces los jóvenes, de falta de seguridad. Ese momento en que todo padre piensa: "este chico no se entera de nada". La persona de la editorial, sin querer, también suma confusión al escritor. Ella se centra en ser amable con él, saludar con cariño y mostrar gratitud por la participación del escritor en el evento de Instagram, pero no contesta firmenente  ninguna de las dudas que tiene el escritor que se centran, sobre todo, en una pregunta que nadie le contesta y que ha efectuado, al menos, tres veces: pero, ¿por dónde voy a escuchar yo? El hijo contesta, la persona de la editorial contesta, pero yo, que veo la escena a través de mi teléfono, a miles de kilómetros de distancia del escritor, comprendo su confusión, porque ciertamente la duda no es contestada rotundamente. La persona de la editorial, casi como si se tratara de la preparación de un despegue de la NASA dice: "Un minuto". El escritor tiene, en ese momento, la fragilidad de un niño. Hay un momento casi cinematográfico, pero de un cine casi experimental. La cámara de golpe gira 45 grados. El encuadre cambia totalmente. De repente vemos una puerta de cristal, la salida a un patio o a un jardín. Al otro lado del cristal vemos un perro. La hija o el hijo dice con entusiasmo o gracia: "¡El perro!". No sabemos si nos lo quiere presentar o si el giro ha sido un accidente y es una salida natural: "¡El perro!" La cámara se mantiene unos segundos así. El perro mira hacia dentro. La hija o hijo, dice casi con alivio: "¡Ahí está! Nos anuncia que llegó la solicitud para acceder al evento de Instagram del otro interlocutor. El encuadre vuelve al escritor que siente que las cosas empiezan a estar en orden. Por primera vez, en esos dos minutos que los espectadores hemos visto, el escritor siente que la situación, al fin, está bajo control. Entra el otro interlocutor y se saludan. El escritor siente que ha llegado, al fin, al nuevo mundo al que se le estaba negando el acceso. De hecho comenta con el otro participante la complicación de acceder al evento y lo compara con la pérdida de virginidad, que además, acentúa, le ha resultado mas difícil que otras perdidas de virginidad. La charla, oficialmente ya ha empezado. Sin embargo, como espectador, para mi, casi ha terminado, de hecho me descentro y empiezo a no atender, porque hemos asistido a algo que me llama mucho la atención. Cuando hablamos de comunicación tendemos a hablar de las complicidades o conflictos muy claros o muy obvios. Un debate político, un dialogo de padre a hijo o una reunión laboral, donde todos los participantes tienen claro el rol. Tambien una discusión, donde el conflicto marca todo, pero no hablamos de esas veces que la comunicación entra en una zona de interferencias, donde todos los interlocutores están confundidos y pierden la comunicación entre ellos. Eso es lo que ha sucedido en esa escena. No pasa nada grave, nadie está aislado, pero en el fondo todos los están. Cada uno se concentra tanto en lo que está sucediendo que pierde la comunicación con el otro. El escritor tiene dudas, no entiende qué sucede, pero no entiende algo claro y que pregunta con firmeza: ¿Por dónde voy a escuchar yo? La hija o hijo está tratando de que el evento salga adelante y además trasmitir que el escritor ya está siendo visto y la persona de la editorial, que está pendiente de lograr que el otro participante acceda, mientras intenta trasmitir gratitud y amabilidad al escritor. Hay interferencias en una escena retransmitida por Instagram: Qué cosa tan extraña.

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