miércoles, septiembre 04, 2024

El bosque de eucaliptos

 Salí temprano a dar un paseo hasta la playa que había al final del bosque de eucaliptos. El eucalipto llegó a esta tierra desde Australia y encontró aquí un lugar idóneo para su desarrollo. Esa zona está repleta de ese árbol poderoso y dominador, que se va adueñando con velocidad de las zonas que ocupa. Hay algo de metáfora en cómo el eucalipto se ha adueñado de esta tierra, en cómo fue creciendo y formando bosques a lo largo de la región. El camino por el bosque de eucalipto lo había descubierto el verano anterior, en nuestra primera incursión en esa zona apartada, y me había gustado tanto que a lo largo del invierno lo evocaba con frecuencia, en esas tardes oscuras del invierno en los que el verano parece una utopía.  Estaba deseando repetirlo desde el mismo día en que habíamos decidido pasar unos pocos días de verano, de nuevo, en esa zona de la costa. 

 Había despertado descansado, había dormido bien. La zona es sumamente tranquila, casi no hay veraneantes, nada de tráfico, el bosque te rodea las pocas casas dispersas que hay poco antes del cabo y el mar. El ambiente es excepcional para sumirse, en esa calma que buscamos los urbanitas cuando salimos del bullicio, esa especie de amago de fuga que repetimos casi anualmente para vivir la ficción de que podemos habitar paraisos.  Salí de buen animo a eso de las ocho y media de la mañana. El olor del bosque, el silencio, la temperatura idónea, hacían del paseo (lo hice corriendo a pesar de mi mal trecha rodilla, que me había lesionado días antes en un partido al atardecer en una playa lejana, en la otra punta del país). No me crucé con nadie. Al principio, el camino va por asfalto, pero en seguida el camino se vuelve de tierra y muy pedregoso, lo que hizo que disminuyera la velocidad por precaución. Esos paseos siempre están repletos de sensaciones estimulantes: no es solo que estemos paseando por un agradable bosque, es también los recuerdos difusos que te traen los olores y la percepción invisible de las cosas en la piel. Yo viví cerca de esa zona de los seis a los doce años, y la memoria de la piel salta en seguida a esos estímulos. No recuerdas cosas concretas, recuerdas abstracciones que casi te desbordan. No vienen recuerdos precisos, la memoria se dispara en formas casi vaporosas. Es la memoria de la percepción, que seguramente sea la mas poderosa de nuestras memorias. Es la humedad precisa que sentiste a los siete años en otra lugar que ya no recuerdas, pero que tu piel sí. O son cientos de mañanas amontonándose en ese olor a eucalipto o la luz que te trae veranos lejanos. Al final del camino, que siempre va en bajada, salvo algunas cuestas pronunciadas, previas a la bajada, está una de esas playas que pondrías en la lista de tus playas favoritas. Las veces que he ido hasta allí, siempre voy a primera hora y no hay nadie, me baño desnudo y me quedo algunos minutos sintiendo el agua fría y pausada. La playa está recogida entre grandes piedras que la enmarcan, la arena es blanca. Al fondo, se extiende el atlántico, una panorámica poderosa que te da una pequeña muestra de la inmensidad del mar, y se puede ver una de las esquinas de una de las tres islas mas famosas de la zona. Cuando me baño a esa hora ahí, hay segundos, momentos muy breves, que parece que habito yo solo este planeta. La playa vacía, la ladera de la colina que he ido descendiendo cubierta de eucaliptos silenciosa y pausada. La tierra mostrando su lado amable. Siempre que hago esos paseos solo, pienso en Marta y mis hijas, que se han quedado durmiendo allí, en el alojamiento alquilado, y fantaseo con la posibilidad de ser un sueño que ellas están teniendo. las veces que he hecho ese paseo repito los acontecimientos. Nado un poco al azar, buceo relajadamente, salgo del agua, me quedo secándome y ya luego me vuelvo a vestir. Después, sin prisa, hago el camino de vuelta. En esos paseos no busco revelaciones, no las busco en el baño, ni en la playa, tampoco en el ritmo de mis pasos. Sí mantengo la actitud de querer retener esas sensaciones, como si pudiera tener una especie de caja para guardarlas y sacarlas en medio del invierno en Madrid, cuando los días de frio o estrés laboral aprietan, pero descubro, todos los inviernos me toca redescubrirlo, que tampoco eso se puede retener y que conviene, simplemente, sentir esas sensaciones agradables que nos otorga el presente. Pero no busco revelaciones, porque las revelaciones no surgen ahi, quizá nunca surgen, es posible que nunca haya tenido una revelación en mi vida.. A lo sumo he tenido conclusiones, y seguramente muchas equivocadas que me han llevado a otras conclusiones que después vuelvo a descubrir equivocadas. Lo que sí te proporciona ese sosiego, esa forma de irrealidad amable, es una calma para pensar, desde otra perspectiva, ciertas cosas. Lo cierto, eso es verdad, que cada vez le doy menos valor a mis conclusiones o reflexiones. No sé muy bien qué pienso de nada, cada vez tengo menos certezas y a veces es desconcertante. Pero en esos sosiegos lo acepto. A veces quizá haciendo ya el camino de vuelta pienso en la actualidad y te surge esa forma amorfa e invisible que es la angustia. Ahi está el otro presente, el que tu no puedes controlar, apretándote, diciéndote que quizá todo se puede desvanecer. Pero en ese sosiego la actualidad parece mas manejable, te da la sensación de que eres mas permeable a los acontecimientos.  Avanzo por El bosque de eucalipto percibes su frondosidad y su olor profundo y medicinal. El eucalipto y sus raíces poderosas llegan a levantar el suelo, el eucalipto crece y avanza, no hay árbol que pueda competir con él. Su fuerza le ha permitido dominar los bosques de esta zona, de casi todas las zonas donde ha terminado llegando. El eucalipto, bajo su amable forma y su indudable atractivo, no permite a otros crecer con facilidad, inhibe la germinación y el crecimiento de otras plantas. Mientras avanzo pausado, relajado, soy ajeno a esa batalla campal que se dirime bajo tierra, a escasos metros de mi.

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