viernes, julio 15, 2022

En la piscina municipal

  El socorrista lleva más de una hora con las gafas de sol, de cristales muy oscuros, sentado en su silla de plástico, bajo la sombrilla de Pepsi, sin apenas haberse movido. El calor es indescriptible, no hay metáfora posible para hablar de este calor y estoy convencido de que el muchacho lleva esta hora, aprovechando el carácter de incógnito que le dan sus rayban, para dormir una siesta. No le culpo, ¿quién se atreve a culpar a un socorrista de piscina de no mantener la atención permanente la larga jornada laboral? Hay trabajos cuya mayor y épica dificultad es no caer en la locura por culpa del tedio. Ese trabajo nunca estará suficientemente bien pagado. Todos esos inventores de las normas del mercado, los que anotan precios y deciden sueldos, jamás se han enfrentado a semejante tarea: de ser así, el mundo sería bien distinto. 

Hace un rato he comido el sandwich que me traje, estaba espectacular. El pan, muy crujiente, sonaba poderoso a cada mordisco. La salsa que me había sobrado de una receta que me había dado Paloma, acompañado de un embutido italiano delicioso y una finísima loncha de parmensano. Lo he comido con lentitud, porque me aterrorizaba la nostalgia que iba a padecer cuando diera el último mordisco. Me he abierto una cerveza que tenía fría en mi bolsa isotérmica y luego, de postre, una paraguaya extremeña. Ahí, mientras saboreaba esa extraña fruta, es cuando he percibido que el socorrista probablemente estaba durmiendo esa siesta secreta. La pareja de al lado, absolutamente insoportable, se acariciaban con risas enlatadas. Él, a ratos, tenía problemas para mantener el freno y ella tenía que detener su mano que iba como motorista loco por carreteras secundarias. Veinte minutos después él se ha ido a bañar y ella ha sacado el teléfono, ha escrito unos mensajes y ha sonreído. A su izquierda, la mujer de la silla de plástico, miraba con desprecio a la chica y ha sacado una revista, un bolígrafo y se ha puesto a hacer sudokus concentradísima. He pensado en los sudokus y en las distintas variedades de pasatiempos e incluso he pensado un buen rato en la palabra compuesta: pasatiempos.  Y ¿no es eso la vida? ¿No es eso la piscina en ese mediodía de verano? La mujer embarazada un poco más a la derecha se da crema en la barriga con esmero, no es tanto un acto para proteger la piel sino para relajar la presión muscular abdominal. Mira hacia el frente donde está su hijo jugando con un amigo invisible con el que mantiene una relación tirando a tensa. El muchacho mueve los brazos y con frecuencia regaña al amigo invisible, como si cada cosa que hiciera estuviera mal: hasta los amigos invisibles pueden resultar decepcionantes. Todo sucede en esa formidable cadena de sucesos sin importancia, en ese tiempo detenido, casi congelado de un mediodía de un verano aterradoramente cálido. Los dos señores de al lado han estado hablando de su ruta ciclista por las montañas de la zona y ahora hablan de la OTAN, de geopolítica y de cómo los medios alteran la democracia. Pero lejos de ser una conversación intensa o llena de tópicos, es una conversación relajada, llena de dudas también, hay un tono, en los dos, de incertidumbre, sin certezas, que por un momento concluye cuando el más calvo dice: ¿Y si todo está a punto de irse a tomar por culo? También, a veces, el apocalipsis, tiene forma de pasatiempo. Y es justo ahí, cuando se oye un rumor extraño entre los bañistas, el socorrista sale de su letargo, los demás miramos sin entender, durante unos segundos nos miramos entre los vecinos de toalla, no hay respuestas. El murmullo no es tanto de emergencia como de incredulidad. ¡Qué esta sucediendo en el agua que todos miran sorprendidos? Pasado el susto inicial, sabemos que no hay un ahogado o alguien sufriendo, es algo que de otro tipo. Nos levantamos y nos vamos acercando desde el césped hacia la piscina: el agua, a una velocidad desquiciada, se esta yendo, la piscina se esta vaciando por segundos. El socorrista hace gestos y abre la puerta de la depuradora, pero ahí no hay explicaciones, la depuradora nos devuelve una imagen sin respuestas. Cuando volvemos a mirar a la piscina ya casi no queda agua. ¿Cómo es posible que se haya vaciado a esa velocidad? Comienzan las especulaciones: una fuga, una apertura, hay quien se pone fantasioso y habla de ataques de otro tipo, la nueva guerra será por el agua, hay quien dice que este calor no es normal, hay quien culpa a un niño, hay quien dice que no hay explicación, hay quien ve un mensaje, hay quien culpa a  un concejal de la oposición, que en este pueblo la política está más crispada que a nivel nacional, sabotajes, protestas de los vecinos del pueblo de abajo que no tienen piscina municipal, hay quien culpa al alcalde que lleva años en corruptelas descuidando los servicios, hay quien culpa a los vecinos de las casas de cerca, hay quien habla de la guerra, hay quien habla de comunismo, hay quien dice que esto nos hará valorar mucho más la piscina cuando vuelva a estar llena, que a veces necesitamos perder las cosas para saber la fortuna que tenemos, atiendo a cada una de las posibilidades y por segundos todas me parecen certeras y segundos después todas una patraña, pero me gusta ver, al chico de la pareja que tenía al lado que se ha quedado metido en la piscina vacía, con el bañador mojado y sin querer salir. Somos el pasatiempos del destino. 

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