lunes, enero 29, 2018

Silencio

No amanece igual en todas las casas, eso lo sabemos. Hay casas con ventanas donde la mínima luz del arranque del día ya da algo de visibilidad y hay casas donde apenas entra la luz hasta el mediodía. Hasta la luz natural nos divide según nuestros ventanas y la posición de nuestra casa. También hay casas sumidas en el silencio y casas donde casi no hay. Hay barrios donde los coches empiezan a arrancar pronto y el ruido del principio del tráfico ya se escucha desde temprano y hay otras casas donde no hay ruido hasta mucho más tarde, a veces no hay ruido en todo el día. También es cierto que no siempre el silencio sea de verdad el silencio, el silencio que importa, el silencio que nos gobierna, el silencio que transcurre en el fondo de la vida. Hay casas que amanecen, pues, con luz y con silencio. Con un silencio suave, roto por el sonido del locutor en la vieja radio. Alguien se prepara un café mientras escucha la emisora de siempre. Se oye la voz de ese locutor que cuenta, que habla, que narra, pero en realidad hay mucho silencio. Suena la cafetera y entran los spots publicitarios, compañias de seguros que te ofrecen los valores de la amistad, bancos que hablan de sueños y facilidades, coches que te prometen el horizonte y alguna ong gubernamental concienciando sobre dramas. El café ya está fuera y la mujer se sirve lentamente. A veces echa de menos fumar, esa otra forma de silencio, pero lo evita con destreza. La casa está quieta, lleva años quieta. Sus hijas a esa hora estarán metidas en ritmos distintos, vistiendo niños para llegar a tiempo al colegio, viviendo los años del no silencio, porque ese silencio sólo suena cuando ya todo se ha ido parando, como las máquinas. Piensa en su no silencio y el silencio del que no hablan. Porque también hay silencio con las hijas, porque todo en verdad es el silencio. Sobre todo es el silencio lo que importa. Y no lo piensa como metáfora, como cosa mística, lo piensa con pragmatismo: es lo que no se escucha lo que de verdad gobierna nuestra vida. Suena el aviso de la hora, sube la intensidad de la luz natural, el sol parece ya de primavera. La casa sigue vacía, el marido duerme, sumido en el silencio roto por ronquidos soberbios. En el salón quieto, allí entra más luz, las ventanas son amplias y la suave luz del arranque entra soberbia. Ya empieza el día, ya se acaba el silencio, el silencio visible, porque el silencio invisible también despierta de buena mañana.

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