lunes, febrero 23, 2015

Política programada

A principio de siglo parecía que la televisión tal como la entendíamos se iba a extinguir. Aquel maremagnum de novedad que venía arrollando todo que era internet parecía que iba a acabar con la televisión. Algo así como: "internet kill the tv star"; pero el tiempo y la evolución de las cosas tienen tantos recovecos y son tan indescifrables que a veces parecen producto del capricho, y la tv ha ido tomando una nueva personalidad. No soy quién ni tengo herramientas para analizar el cambio ni mostrar diferencias. Simplemente las detecto, las percibo y cuando recuerdo lo que fue y lo que es percibo notables diferencias. No soy fan de la televisión, lo que me convierte en un portentoso imbécil pues trabajo en ella. Soy un hijo de esa difusa generación que creció con unos ideales no muy claros, que no se sabían muy bien de donde venían, píldoras de ideas que se nos iban dando sin hacernos pensar mucho en ello. La televisión era mala, pero nunca pensamos exactamente porqué era mala; en general tengo una percepción muy nociva de la televisión. No le tengo mucho aprecio. Consumo series, algunos deportes (Cada vez menos, ya casi nunca) y asuntos puntuales. El caso es que la televisión ha mutado a otra cosa, levemente, sin bruscas transiciones y está sabiendo sobrevivir de un modo peculiar. No tengo estadísticas por edad del consumo de televisión. Tengo la sensación de que la televisión se ve de mi edad hacia arriba.

 Pero cuando la veo noto que el lenguaje ha cambiado mucho. Más allá de los ritmos, que inevitablemente se aceleran. Noto que la televisión se muestra más plástica, más banal y más dada al espectáculo circense, pero sin pudor. No soy capaz de emitir juicios al respecto. Cada quien ve la televisión que le da la gana. Lo que si me tiene cada vez más descolocado es el uso de la política en televisión. En cierta manera, en esta época convulsa, parece que la televisión ha tomado una postura muy clara y muy meditada para el show político. Tengo la sensación que ese trato que a veces lleva una cadencia y un contenido enormemente parecido a los reality, es absolutamente premeditado y tiene una intención. Frivolizar la política al punto de convertirla en uno de esos realitys, amortigua la rabia y el pensamiento crítico y lo vuelve todo disparatado, humorístico, una comedia en directo. Los políticos se vuelven personajes y no personas y las críticas se parecen a las críticas que hacemos del último capítulo de breaking bad y no a la de un asunto en el que nos va la vida. Frente al casi caduco desapego político, que ha ido agonizando por esta extraña nueva política. La prueba evidente es la elección de los personajes que lideran los partidos: aptos para el show, para encarnar un personaje muy preciso, con características muy evidentes. Fáciles de dibujar. Se hace política para la televisión, es aquella la que se adapta a la pantalla. La que se amolda.  Esas tertulias disparatadas, donde se analiza a lo loco. En pantalla se rotula una notica de última hora y los tertulianos se acomodan a una opinión inmediata. No hay transición. Todos se acomodan, hablan alto. Se indignan sin mucha trascendencia. Y en una especie de paranoia tiendo a ver todo este show, cada vez más creciente, cada vez más cómico, más marcadamente plástico, pienso que eso está pensado, pero no pensado desde departamentos que buscan dar altos índices de audiencia. Creo que es un modo de placer, de narcotizarnos. Como si todo nuestro pensamiento político sucediera ahí y ahí nos tuviéramos que posicionar. Me cae bien el que opina parecido a mi, detesto al otro, que es un memo. Y ahí sucede la batalla.  Nos indignamos con ese loco que dice barbaridades y aplaudimos al que colocamos en el lado de la sensatez, esa sensatez que siempre colocamos en nuestro lado. Soy frágil y tiendo a estas paranoias, pero a veces este show parece que tiene un fin: tenernos adormecidos, indignados ahí, frente a ese tertuliano impresentable.

1 comentario:

cayoyin dijo...

BRAVO! Aplausos desde al cono sur.

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