Sorprende cómo va cambiando sutilmente el significado pleno de una palabra. Estas, como nosotros, como la vida, como la existencia, también van mutando silentemente en otra cosa. Como si tuvieran piel, visceral y músculos que van envejeciendo. La rebeldía, la rabia o la indignación han mutado mucho estos años. No han cambiado totalmente, no son su opuesto, su antónimo, pero esa leve mutación las vuelven otra cosa. Siempre sentí cierta fascinación por la palabra rebeldía. De alguna manera, una parte de mi, entendida que había que rebelarse. A algo, a lo impuesto, a lo sólido, a lo que está. Ser rebelde es, o era, casi una obligación existencial. Debemos estar en contra de cosas como forma de supervivencia, de seguir. Hay tanto en lo establecido que debe ser cambiado, que no ser rebelde es casi sinónimo de muerte. Sin embargo la rebeldía ha mutado. La rabia contra lo impuesto ahora tiene otra connotación.. No se rebela la rabia por un ideal de mejora. La rebeldía, la rabia ansía recuperar un pasado deteriorado, lleno de carencias. La rebeldía no puede ser nostálgica, no debería ser melancólica, porque el pasado siempre es profundamente mejorable. No, cualquier pasado no fue mejor. Pero los rebeldes ahora buscan un pasado que imaginan y que no existió. Los rebeldes ahora se juntan a los poderosos, a multimillonarios y aceptan su discurso. Qué cosa tan absurda y extraña. ¿Cómo puede ser?