sábado, marzo 03, 2012
El instrumento de H
H tocaba un instrumento raro, nunca supe como se llamaba. Alguna vez me dijo el nombre, pero no lo memoricé. Creo que empezaba por M o por K. No sé. Da igual. Tocaba ese instrumento y sospecho, por lo que vi, que era un virtuoso. Una noche nos contó la historia de como llegó a tocarlo, de quien le enseñó y de como conoció aquel instrumento. A mi, tal como lo narraba, me parecía que estaba hablando casi de un código secreto, de un asunto entre místico y legendario. Creo, incluso, que en un momento hice alguna broma y le dije que parecía El señor de los anillos en vez de una historia de un instrumento. La broma, a H, no le sentó muy bien, pero siguió narrando. Habló de un viaje por la costa occidental de África, de un poblado en Mali, donde conoció a unos tipos que tocaban la guitarra eléctrica en mitad de la nada. SIn embargo, lo de Mali no era más que el principio de un viaje que empujaba más allá. De Mali salió en barco hacia Brasil. El viaje duró muchas noches, tantas que no recordaba cuantas, nos dijo que hay un momento en el mar en que todas las noches parecen la misma. Que cada vez que anochece, la noche parece la misma que se ha vivido la noche anterior. Como si sólo hubiera una noche. En Brasil vivió un par de meses con una mujer, en un pueblo de costa donde se tocaba percusión y se pasaban las tardes mirando el mar. De allí se escapó violentamente, porque se sintió terriblemente dolorido por el desplante público de aquella mujer. Subió a Venezuela. Estuvo un mes viviendo en un pueblo que se llamaba El Tigre. En El Tigre conoció a un filósofo. Con el filósofo hablaban de Descartes y de Camus. El filósofo basaba todas sus reflexiones en el petroleo. Decía cosas como que el petróleo era la medida de vida en la tierra, que esa sangre negra era la sangre de la miseria y del dolor y que se expandía como una enfermedad terrible; que el hombre era la metáfora de esa nausea que habita en las entrañas de la tierra. De El Tigre viajó por carretera hasta un pueblo de costa. Conoció unos percusionistas que tocaban en un malecón, bebió ron con ellos, fumo hachis y marihuana y una noche subieron por un monte que bordeaba la costa. Caminaron horas y de repente los percusionistas salieron corriendo, le dejaron ahí solo. No durmió, ni siquiera se sentó en el suelo, se quedó inmóvil en esa selva oscura. Paralizado, aterrorizado. Amaneció y se fue, como pudo, de allí. Llegó a Caracas, de Caracas cogió un vuelo a México. En México le asaltaron y se quedó sin dinero. Trabajó en un café en la colonia del Valle. Se enamoró de una rubia adicta al crack. La historia, evidentemente, terminó fatal. Desesperado, y sin saber que hacer, robó dinero a la rubia y se largó del DF. Un autobús en estado de desintegración le condujo hasta Michoacán. En un bar de Patzcuaro entró en un local con música en vivo. Se emborrachó y durmió en casa de una holandesa terrible que tenía dos perros. A la holandesa le robó el coche. Sin saber como, llegó a Paracho. Subiendo una montaña que le pareció inventada pero que le recordaba a otras montañas, como si las montañas y las noches fueran la misma, siempre. Allí conoció a un fabricante de guitarras. El tipo, delirado y confudido con el termino creatividad, hacía guitarras como naves espaciales, guitarras como planetas, guitarras como mujeres, guitarras como letras, guitarras de formas imposibles. Bebió mezcal con el hombre. De madrugada en paracho sintió un frió terrible y empezó a llover. EL fabricante le dio un abrigo y le dijo que le acompañará. Caminaron bajo la noche por la carretera. Muchas horas. Demasiadas, Tantas que amaneció. Aparecieron en una cueva, entraron en la cueva, recorrieron la cueva. Muchos minutos después, quizá horas, llegaron al final de la cueva. Allí encontraron varios ejemplares de este instrumento. Pasaron varios días y noches el fabricante de guitarras y él allí, aprendiendo a usar el artilugio. Horas y horas de practicas y de algunas frases casi filosóficas para entender el instrumento. Al final el fabricante le dijo a H: "Llevaba una vida esperándote. Ahora llévate este instrumento y tócalo por el mundo" Se despidieron en Paracho. H cogió el coche de la holandesa y condujo sin parar hasta el DF. Algunos días después llegó a casa, después de meses fuera. Estaba más flaco y algo ido. Se encerró a tocar sin parar: un mes, dos meses, medio año. AL tiempo había compuesto unas piezas, las grabó en un estudio analógico. LA música era compleja y muy abstracta, las letras que cantaba H con voz grava, muy grave pero sobrecogedora y hermosa, hablaban del delirio y del dolor, también de la falta de fe y de la locura. H comenzó a tocar en bares. No logró atrapar un público fiel. Meses después nos contó esta historia. Yo, realmente, no me la creí del todo.
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