viernes, agosto 19, 2022

Concurso literario

  J manda un cuento a un concurso literario menor. Normas laxas, no más de determinadas palabras y premio humilde: será publicado en un magazine casi desconocido. J manda un cuento no por el concurso, sino por él. No busca ganar, busca aprobarse. J es un modelo de escritor amateur bastante común: siente una necesidad apabullante de escribir, pero sabe que escribir es otra cosa o no tanto otra cosa sino algo para la que nunca sabes del todo si estás o no validado. El concurso le sirve a J para ver si se le valida como escritor. El cuento no es malo, no es bueno, pero no es malo y eso es bastante ya, sobre todo para J. A J escribir le parece una batalla, afronta el proceso siempre con temor, quizá con complejo. En el hecho de escribir se concentran buena parte de sus fragilidades. J es autodidacta, aunque difícilmente un escritor no lo es. Pero J aún no lo es y probablemente no lo será, con lo cual el ser autodidacta es algo que incrementa el temor y la fragilidad. Escribe un primer borrador, lo relee. A J le gusta que los textos tengan ritmo. Un ritmo invisible, que se sustenta en las palabras. J No lo sabe, pero en realidad haría mejor intentando poesía. Seguramente también sería mal poeta, pero lo que le atrae a J de escribir se asemeja más a la poesía, porque lo que le atrae, lo que permanentemente busca, es un ritmo, una cadencia, que las palabras vayan a compás. Una vez releído el borrador, comienza a corregir. Y es ahí, justo ahi donde J sufre. Descubre los saltos, la carencia en la sintaxis, cierta incoherencia interna. Comienza a corregir, tratando de bailar la enfermedad de su texto que no es más que cierta ignorancia, y eso, J, lo sabe. Cambia palabras, alarga frases para dar más sentido o para explicar determinadas inexactitudes. En la corrección pierde eso que busca: el ritmo. Aunque el ritmo, en realidad, solo lo percibe él, porque lo que el cree que es ritmo es el placer: hay un placer, y  por eso hay millones de escritores amateurs, en ir construyendo un texto, en ir tecleando y avanzando. Eso es lo que cree J que es el ritmo. Según va corrigiendo siente que pierde el control del texto, que se hace peor, que la idea se ablanda, pierde fuelle. Da otra pasada, vuelve a releer. Aún hay ritmo. Entra en debate interno: ¿Es necesario este texto, aporta algo este cuento? J entonces entra en existencialismo. ¿Para que un cuento innecesario? ¿Qué aporta esto a la historia de la literatura? Claro, ante preguntas inmensas, respuestas terribles: Por supuesto que no. J duda, quizá ya no mande el cuento. Relee. Esta quinta, sexta o séptima relectura ya empieza a aflojar en exigencia: no necesariamente hay que participar en la historia de la literatura universal, basta con mandar un triste cuento a un concurso de un magazine desconocido en el que no hay premio salvo la búsqueda de validación como escritor. Corrige, afina palabras, cambia algún tiempo verbal, alarga alguna descripción, Siente que el ritmo no se ha perdido del todo, que lo narrado tiene cierto interés y que, dentro de lo que cabe, la historia tiene su gracia. Última relectura: no hay que darle muchas más vueltas, piensa. Cambia alguna palabra que le suena mal, agrega algo para sonar más contundente. Guarda el archivo, decide un título definitivo y lo sube a la web del concurso. Por supuesto, claro está, no gana el concurso. 

martes, agosto 16, 2022

En el tiempo fragmentado

 Esta mañana el mar ha cambiado de ritmo de golpe. Las cosas de las mareas supongo. No entiendo de mareas, no entiendo de casi nada. Soy un ser fragmentado, un ser de mi tiempo. Fugaz en todo. Nuestra existencia está hecha a trozos, como el tiempo, como el consumo. El consumo no tiene una línea narrativa, son también fragmentos de cosas que vamos adquiriendo pero que no completan nada. No extraño un pasado idílico que no existió, pero lo cierto es que esta existencia no tiene continuidad más que la del salto de día a día. Trabajamos en cosas raras, mi trabajo no se podría contar a un ciudadano de hace poco más de medio siglo y no será explicable a un ciudadano de dentro de tres décadas. Entonces mi vida laboral, como la de tantos, es una anomalía temporal. Todo cambiará como la marea de esta mañana, que el mar , de repente, ha cambiado de dirección y de velocidad. Había un pequeño barco cogiendo coquinas cerca de la orilla y al rato se ha ido. Por la orilla de la playa pasaban deportistas amateurs a ritmos desiguales. Qué mirada extraña llevan esos corredores y marchadores que están de vacaciones. Buscando la salud y una buena figura miran al frente sin mirar, no observan el camino, buscan algo a lo lejos, en un lugar que no está allí. Suena la corriente en esas pequeñas olas que rompen en la orilla. Una mujer nórdica hace una Postura de yoga con buena técnica o al menos esa es mi sensación. El barco que pescaba coquinas ya no está. La humedad se mantiene, es una humedad densa. Estamos de vacaciones, otra forma más de fragmento en ese tiempo fragmentado. El año pasado también estuve aquí una mañana y también sentí el fragmento. También había humedad y deportistas amateurs pasando por la orilla de la playa. Pasaban barcos y había humedad. Sin embargo ese tiempo me viene como un fragmento roto. Somos como esos collages que se ven en obras o en portadas. Recortes pegados en un folio. El folio es el tiempo o el espacio que vamos habitando. Ha sonado algo: Detesto las motos de agua. Son el reflejo perfecto del tiempo que habitamos. Ayer al atardecer unos chicos pasaban cerca de donde estábamos haciendo ese ruido molesto. ¿Qué buscan con esas motos? ¿Qué ocio, qué diversión, qué gracia hay en esos paseos sobre el agua hacia la nada? Un fragmento de ruido que se pierde y lo Contamina todo. La velocidad, todo se explica en la velocidad. Nos seduce tanto la velocidad que hemos olvidado ir más despacio o frenar. La velocidad lo explica todo. También a esos motoristas acuáticos. Rompemos algo cuando vamos rápido, hay algo antropológico que nos supera más allá de entender el presente. Hay un ser milenario en esa moto de agua que experimenta algo que nos embrutece y nos posee. Olvidamos todo en la velocidad y es esa velocidad la que nos va fragmentando. La mujer que hace yoga sin embargo está estática pero también experimenta una velocidad. La mujer nórdica es un fragmento de un fragmento y ya nadie podrá reconstruir el puzzle. No estoy pesimista ni triste. Más bien al contrario, hoy vi la posibilidad de que nuestros fragmentos nos hayan llevado a un punto extraño donde haya que rehacerlo todo. No es descabellado. No es descabellado que estos fragmentos estén llegando a un punto necesario de hacer algo, no sé muy bien el qué ,con ellos. Los fragmentos de nuestra existencia que se rompe por la Pura velocidad o por el placer de experimentarla nos ha traído aquí, a un punto indescifrable de la historia de la especie. La era del ser objeto o del ser consumo. No somos alguien: somos cosas.

Luke y Costello

  La escena sucede en un brevísimo periodo de tiempo. ¿Cuánto? ¿20 segundos? Puede ser, en el recuerdo parece durar mucho más, pero si se recuentan los detalles, si se analiza bien lo sucedido, es probable que hasta 20 segundos sean mucho. En cualquier caso la escena o acontecimiento o situación sucede rápidamente. El coche avanza por la A44, dirección Bailén, casi llegando a la incorporación a la A4 dirección Madrid. Hay tres coches seguidos en el carril derecho. El nuestro, el que va delante que es rojo y el que va delante del rojo que no logro ver bien del todo, básicamente porque la mirada la dirijo a esa extrañeza visual que salta de repente: veo a un perro cruzar la autopista. El cuerpo se pone en alerta, la distancia desde nuestro coche hasta el perro es amplia como para dar margen a maniobrar, Marta, que conduce, se fija y desciende moderadamente la velocidad, el peligro lo tiene bien el coche rojo o el que va delante suyo. Yo fijo la mirada en el perro, siento vértigo y temor, aviso a Marta, pero mi atención está en la vida del perro, los coches de delante actúan con prudencia y veo al perro en el arcén, mirando hacia atras y ladrando: suspiro y digo en alto: ¡se ha salvado!, pero el tono de Marta es otro, una onomatopeya, una expresión de dolor. Durante unos segundos: quizá dos, quizá uno, no comprendo: pero si el perro se ha salvado: Marta se lleva una mano a la cara, el gesto es contenido y duro. Paula, que va detrás emite un sonido de queja, de dolor, casi de protesta, la sensibilidad de Paula hacia los animales es superlativa. Es cuando Marta me dice: Los del rojo lo han atropellado. Entonces, en mi mente, se sucede la secuencia de comprensión. Había dos perros y por eso, en el que yo había fijado mi mirada y que había visto salvarse, ladraba y miraba para atrás. Dos perros extraviados por una autopista en un atardecer de agosto. uno atropellado, el otro salvado y lleno de pena. Paula llora, Marta siente el dolor de Paula y el dolor animal. Yo me quedo instalado en la imagen del perro salvado, mirando para atrás, ladrando desconcertado. Hay un dolor y una extrañeza. Ellas que han visto el perro atropellado sienten un dolor distinto al mio, que he visto la pena y el dolor de su compañero. En esos gestos del perro en el arcen se condensa la existencia. Durante algunos kilometros callamos o emitimos pensamiento inconexos: hemos asistido a la muerte. A la incomprensión de la muerte. Marta le dice a Paula que seguramente ese perro ha llevado una existencia pacifica y que quizá ya era mayor y que probablemente esa muerte no le haya hecho sufrir. Está todo ahí: la explicación y el secreto sentido de la existencia. ¿Por qué duele la muerte? ¿Por qué su compañero mira con desconsuelo y ladra desde un arcén de la A44? ¿Y cómo ha seguido todo? Pasados veinte, veinticinco kilómetros aún pienso en el otro perro. ¿Cómo habrá actuado? ¿Cómo habrá resuelto la situación? ¿Se habrá vuelto a poner en peligro? ¿Habrá sido encontrado por sus dueños? ¿Se dice dueño al humano que vive con un perro? Sigo pensando en la escena. Algunos minutos pienso en un relato: narrar desde el punto de vista del perro que se salva, sólo al final del relato descubres que son dos perros. El cuento habla de su fuga, se han escapado de una finca o de una casa. Es una tarde de verano y dos compañeros se lanzan a vivir una aventura. Van caminando por lugares que desconocían, otras fincas, otros caminos que nunca habían visto, comparten la emoción de la aventura. Llegan a la autopista, al otro lado un terreno amplio: quizá podamos encontrar una pandilla para pasarlo bien ene se lado. Uno de ellos avisa que siente miedo en la autopista, el ruido de los coches pasando a toda velocidad, el espectáculo atronador del ser humano en la tierra. "Vamos, allí hay algo bueno. Crucemos con cuidado" y los dos compañeros se lanzan a atravesar el asfalto. Evitan con acierto a todos los coches del lado que va hacia Granada. Han cruzado la mitad ya. La travesía es terrible y llena de adrenalina, pero ya no pueden detenerse. Se miran y van a por la siguiente mitad. "Ahora" ladra uno, y saltan. Vienen tres coches, intentan detenerse, pero es tarde, los coches maniobran pero no tienen margen, el primero de los tres coches opta por salvar al perro o por provocar un peligroso accidente de varios coches y en la apuesta Luke sale perdiendo. Costello llega al otro lado y ve a Luke bajo el primero de los coches. Quiere volver a ayudarle, no sabe qué hacer. En el tercer coche un hombre le mira con esperanza y él siente que los seres humanos no tienen piedad. ¿Qué esperanza hay en la muerte? Se queda mirando el cuerpo de Luke, siguen pasando coches, todos gesticulan en el interior. Costello se queda ahí, varios minutos, frío, inmovil, sin entender. Ladra, no deja de ladrar, gira y se lanza a la carretera para recuperar el cuerpo de su compañero. Los coches, como el tiempo, no dejan de pasar. 

miércoles, julio 20, 2022

Max

 ¿Cuándo empieza el cariño? ¿En qué momento aparece esa abstracción gigante, que domina tu forma de ver al otro o lo otro? Porque el cariño, al contrario que la amistad o el amor, no necesita viaje de vuelta. Hay quien le coge cariño a su guitarra, a su camiseta o un camino para ir a algún sitio. Aunque esas son formas casi cómicas del cariño, lo cierto es que no necesita reciprocidad. No sé en qué momento le cogí cariño al gato. Jamás pensé que me fuera a pasar. De pequeño nunca tuve mascotas y casi toda mi vida he tenido una relación distante con los animales. Distante por respeto y por cierto temor. Me genera una extraña alerta cuando pasan cerca, cuando te olisquean o cuando corren hacia a ti. "sólo quiere jugar" te dice el dueño desde atrás. El caso es que había una forma de temor que me producía rabia. Me producía cierta admiración la relación de muchas personas con los animales. Esa gente que llega a un sitio y acaricia con ternura a un animal. ¿Por qué yo no podía hacer eso? Era incapaz. Soy incapaz casi aun hoy. Pero apareció Max en casa y Max me hizo empezar a comprender algunas cosas. Los primeros días podía pasar horas observándole. Se habla de la elegancia en los movimientos de los gatos y no sólo es que sean movimientos elegantes, tienen algo que produce fascinación. Max era muy pequeño aún, y deambulaba por la casa con precisión, calculador, como si su manera de comprender el espacio, la atmósfera, fuera absolutamente distinta de la nuestra. Los gatos parece que hubieran visto una dimensión nueva, un agujero distinto en la realidad. La velocidad y el ajuste en su forma de moverse es espectral. Luego fue surgiendo una forma de relación. Max es un gato hermoso y a veces parece consciente de ello. Territorial, de carácter fuerte, pero frágil. Max es un aristócrata, que ha nacido para ser servido. Tiene el desdén de las clases altas, pero a ratos tiene la fragilidad de un gato que no sobreviviría más de dos días en la calle. No sé de gatos, pero estoy convencido de que Max es de algun tipo de raza dominante. Pero Max tiene profunda dependencia de nosotros. Duerme en nuestros pies, está pendientes veces con temor, de nuestras entradas y salidas. Su ideal de vida es que estemos todos en casa, pasando cerca de él. Tener su universo bajo control. Observándonos mientras cabecea en algún lugar extraño: encima de unos altavoces, metido en una cesta o en una estantería. Todos ahí, como si fuéramos parte de un show que ha sido montado para él. Su placer es observar nuestras vidas absurdas. En cierta manera, lo que sucede con Max, sospecho que con casi todos los gatos que viven con personas, es que dejamos de ser una biografía, para pasar a ser algo que sucede para que ellos observen. Somos un guión para que el gato pase sus ratos de ocio. 

Ahora Max está solo, nos hemos ido de vacaciones y no dejo de pensar en él. ¿De dónde nace este cariño que sospecho no del todo correspondido? Estamos pendientes de él. Una chica le visita todos los días y aun así sentimos que está solo, sufrimos su soledad, nos arrepentimos de no haberle traído con nosotros. Nunca una decisión fue tan debatida en casa: ¿Qué hacemos con Max en vacaciones? Era inviable traerlo con nosotros, lo pensamos una y mil veces: Max no soporta el coche,  las dos casas donde íbamos no estaban acondicionadas para un gato. Días y días dandole vueltas, preguntando a personas con experiencia, con gatos en casa. Pero Max, consentido y dominante, no iba a aceptar cualquier solución. Se negó a quedarse en otra casa. Se salió con la suya y Claudia lo llevó de nuevo a la nuestra. Ahora está allí, en su reino, pero sin nadie que actúe y haga el show para que el dormite observando el sin sentido de nuestras vidas. Echo de menos cuando me levanto por la mañana y me persigue, se me pega a los pies y le mimo unos cuantos segundos. Hace poco circulaba un Meme donde se veía una foto de un perro y de un gato, en ambas ponía: Este ser humano me da de comer, me da de beber, me mima... el perro decía: "debe ser un dios", y en el gato decía: "debo ser un Dios" y creo que es verdad, Max domina y manda, y nosotros, honestamente, obedecemos encantados. Queremos tanto a Max. 

viernes, julio 15, 2022

En la piscina municipal

  El socorrista lleva más de una hora con las gafas de sol, de cristales muy oscuros, sentado en su silla de plástico, bajo la sombrilla de Pepsi, sin apenas haberse movido. El calor es indescriptible, no hay metáfora posible para hablar de este calor y estoy convencido de que el muchacho lleva esta hora, aprovechando el carácter de incógnito que le dan sus rayban, para dormir una siesta. No le culpo, ¿quién se atreve a culpar a un socorrista de piscina de no mantener la atención permanente la larga jornada laboral? Hay trabajos cuya mayor y épica dificultad es no caer en la locura por culpa del tedio. Ese trabajo nunca estará suficientemente bien pagado. Todos esos inventores de las normas del mercado, los que anotan precios y deciden sueldos, jamás se han enfrentado a semejante tarea: de ser así, el mundo sería bien distinto. 

Hace un rato he comido el sandwich que me traje, estaba espectacular. El pan, muy crujiente, sonaba poderoso a cada mordisco. La salsa que me había sobrado de una receta que me había dado Paloma, acompañado de un embutido italiano delicioso y una finísima loncha de parmensano. Lo he comido con lentitud, porque me aterrorizaba la nostalgia que iba a padecer cuando diera el último mordisco. Me he abierto una cerveza que tenía fría en mi bolsa isotérmica y luego, de postre, una paraguaya extremeña. Ahí, mientras saboreaba esa extraña fruta, es cuando he percibido que el socorrista probablemente estaba durmiendo esa siesta secreta. La pareja de al lado, absolutamente insoportable, se acariciaban con risas enlatadas. Él, a ratos, tenía problemas para mantener el freno y ella tenía que detener su mano que iba como motorista loco por carreteras secundarias. Veinte minutos después él se ha ido a bañar y ella ha sacado el teléfono, ha escrito unos mensajes y ha sonreído. A su izquierda, la mujer de la silla de plástico, miraba con desprecio a la chica y ha sacado una revista, un bolígrafo y se ha puesto a hacer sudokus concentradísima. He pensado en los sudokus y en las distintas variedades de pasatiempos e incluso he pensado un buen rato en la palabra compuesta: pasatiempos.  Y ¿no es eso la vida? ¿No es eso la piscina en ese mediodía de verano? La mujer embarazada un poco más a la derecha se da crema en la barriga con esmero, no es tanto un acto para proteger la piel sino para relajar la presión muscular abdominal. Mira hacia el frente donde está su hijo jugando con un amigo invisible con el que mantiene una relación tirando a tensa. El muchacho mueve los brazos y con frecuencia regaña al amigo invisible, como si cada cosa que hiciera estuviera mal: hasta los amigos invisibles pueden resultar decepcionantes. Todo sucede en esa formidable cadena de sucesos sin importancia, en ese tiempo detenido, casi congelado de un mediodía de un verano aterradoramente cálido. Los dos señores de al lado han estado hablando de su ruta ciclista por las montañas de la zona y ahora hablan de la OTAN, de geopolítica y de cómo los medios alteran la democracia. Pero lejos de ser una conversación intensa o llena de tópicos, es una conversación relajada, llena de dudas también, hay un tono, en los dos, de incertidumbre, sin certezas, que por un momento concluye cuando el más calvo dice: ¿Y si todo está a punto de irse a tomar por culo? También, a veces, el apocalipsis, tiene forma de pasatiempo. Y es justo ahí, cuando se oye un rumor extraño entre los bañistas, el socorrista sale de su letargo, los demás miramos sin entender, durante unos segundos nos miramos entre los vecinos de toalla, no hay respuestas. El murmullo no es tanto de emergencia como de incredulidad. ¡Qué esta sucediendo en el agua que todos miran sorprendidos? Pasado el susto inicial, sabemos que no hay un ahogado o alguien sufriendo, es algo que de otro tipo. Nos levantamos y nos vamos acercando desde el césped hacia la piscina: el agua, a una velocidad desquiciada, se esta yendo, la piscina se esta vaciando por segundos. El socorrista hace gestos y abre la puerta de la depuradora, pero ahí no hay explicaciones, la depuradora nos devuelve una imagen sin respuestas. Cuando volvemos a mirar a la piscina ya casi no queda agua. ¿Cómo es posible que se haya vaciado a esa velocidad? Comienzan las especulaciones: una fuga, una apertura, hay quien se pone fantasioso y habla de ataques de otro tipo, la nueva guerra será por el agua, hay quien dice que este calor no es normal, hay quien culpa a un niño, hay quien dice que no hay explicación, hay quien ve un mensaje, hay quien culpa a  un concejal de la oposición, que en este pueblo la política está más crispada que a nivel nacional, sabotajes, protestas de los vecinos del pueblo de abajo que no tienen piscina municipal, hay quien culpa al alcalde que lleva años en corruptelas descuidando los servicios, hay quien culpa a los vecinos de las casas de cerca, hay quien habla de la guerra, hay quien habla de comunismo, hay quien dice que esto nos hará valorar mucho más la piscina cuando vuelva a estar llena, que a veces necesitamos perder las cosas para saber la fortuna que tenemos, atiendo a cada una de las posibilidades y por segundos todas me parecen certeras y segundos después todas una patraña, pero me gusta ver, al chico de la pareja que tenía al lado que se ha quedado metido en la piscina vacía, con el bañador mojado y sin querer salir. Somos el pasatiempos del destino. 

miércoles, junio 08, 2022

Eva

 Cuando apareció Anastasio de vuelta de su segundo viaje al extranjero nos pareció a todos en la plaza que había dejado de ser él. No es que no fuera Anastasio, es que era otra forma de Anastasio. Esas cosas, claro, en el pueblo no las entendíamos, probablemente en el resto del mundo tampoco, porque las ciudades se disfrazan de apertura cuando en realidad son cárceles mas grandes. Pero lo cierto es que allí, en la plaza, ya intuimos que Anastasio volvía distinto de aquel viaje. Su voz, incluso, ya tenía otro tono. Pedro el barbas se lo hizo saber. Si algo no ha habido nunca en la plaza ha sido sutileza: "Anastasio, que parece que hablas de otra forma. Se te ha pegado la manera de hablar de aquellos continentes, carajo. Hablas menos grave" Luego hubo risas y ese humor de siempre. Que si palomo cojo, que si pierdes aceite, que si te patina no sé qué. A mi, lo comprendí años después, que Anastasio apareciera tan enérgico y tan cambiado me abrió una compuerta y me produjo admiración. En esa época nadie entendía nada o nadie quería entender nada o todos ocultaban que entendían y Anastasio entendió el primero que las cosas no había que asumirlas como creíamos que son. Anastasio nos habló de playas paradisiacas, de músicas de otros mundos y de ceremonias salvajes. Parecía que estaba hablando de otros mundos. En cierta manera Anastasio nos contaba ciencia ficción y dejaba entrever que los cuerpos de otros mundos pueden adquirir otras formas. Cómo me gustaba oír a Anastasio hablar del más allá, de ese más allá utópico, donde las formas saltaban por los aires y se diferenciaban radicalmente de las formas de la plaza. 

 Fue entonces, en alguna de esas noches del final del verano que Anastasio se quedó hablando conmigo de madrugada, yo le preguntaba por su viaje, me hablaba de Asia, de las noches perdidas, divertidisimas, como decía, que me dijo: "Pronto dejaré de ser hombre". Aquella frase a mi me sonó más poética que real, porque debido a mi admiración por Anastasio, mi admiración por su fortaleza y su libertad y su no importarle nada las cosas de la plaza, que lo que yo me imaginé fue a Anastasio convertido en un gigante hombre pájaro o algún ser mitológico, pero lo que me quería decir era literal: Anastasio estaba a semanas de convertirse en Eva. Yo no comprendía: pero, ¿cómo, Anastasio? y el no me explicaba, solo contestaba: Vete llamándome Eva para que te vayas acostumbrando.  Y así pasó. Al tiempo Eva se fue del pueblo, volvía esporádicamente, entre escíndalos y críticas. Los padres se sumieron en una forma oscura de vergüenza. Eva los había obligado a un destierro de silencio Las burlas y la crueldad emergieron con facilidad y de Eva poco fuimos sabiendo. A mi aquello, claro, me transformó. No me transformó rápido o en lo evidente, me produjo algo interno que tardé varios milenios emocionales en en entender. También en entender que lo que domina este mundo tiene miedo a lo que se sale de sus líneas. Pensaba en Eva, pero no de una forma concreta, sino una abstracción difícil de entender. Quería saber de ella saber de su vida y de qué hacía y esa ignorancia, esa falta de información, me alejaban permanentemente de mi  realidad. Asumí algo que no era evidente, pero me dejé llevar por algo más fuerte. La corriente que nos empuja, el rio de lo externo, la marea salvaje que te niega. 

 Una noche volvíamos de las fiestas del pueblo grande. Marcos el de la panadería y yo volvimos en su moto por la carretera vieja para evitar encontramos con la policía. Marcos había bebido menos que yo, pero también iba borracho. Condujo con esmero y prudencia, sabiendo que el alcohol es un enemigo. Antes de entrar en la rotonda de acceso al pueblo se desvió por el camino de la ermita. Me dijo que si nos fumábamos el último. Nos sentamos en las rocas que dan al valle, hacia fresco y no llevábamos jersey. Encendimos los cigarros en silencio y estuvimos un rato sin hablar. Marcos me dijo de repente que si yo pensaba a veces en Anastasio y yo le contesté que sí, pero que no pensaba en Anastasio, que pensaba en Eva. Entonces Marcos, sin venir cuento me empezó a tocar la pierna y luego subió hasta la entrepierna y ya no volvimos a hablar. A mi Marco me caía mal, pero le puse otra cara y otro nombre en mi cabeza. No fue una gran experiencia, pero sirvió para comprender. A mi me pareció de repente que el valle emitía un destello, una luz nueva. No era misticismo, me había quitado un peso de encima y probablemente la realidad me empezaba a pesar menos. Eramos muy torpes y no sabíamos hacer nada. El suelo era incomodo y en las piedras tampoco encontrábamos postura, pero hicimos lo que pudimos y los dos llegamos al orgasmo. Marcos, jamás, me volvió a hablar. 

Ahora, cuando vuelvo al pueblo algunos días por verano, le veo. Tiene tres hijos, su mujer es de Pueblo Grande. El último verano supe que iba de segundo en la lista del partido neofascista para las municipales. En el último mitin clamaba a gritos que nos quieren adoctrinar, que la dictadura de genero está rompiendo el equilibrio de las sociedades. En un cartel electoral con su cara escribí la noche antes de volver a casa: "Todos somos Eva". encima de su cara.

jueves, abril 07, 2022

Un pájaro en Cojedes

 Aquel viaje lo hicieron por un motivo puramente burocrático, había un modo de entrar por Colombia, pagando a los agentes aduaneros un soborno barato y conseguir, a una velocidad inaudita, la residencia por cinco años en Venezuela.Cuando sale el sol, ya están bien avanzados en la carretera, han aprovechado las horas previas al amanecer para salir de la urbe. El paisaje es profundamente hermoso. Hay veces que el paisaje no es más que eso: algo hermoso. N tiene la sensación de que el color del asfalto en Venezuela es de un color marcadamente distinto al color del asfalto en España. Menos negro, por un lado, con las lineas menos marcadas y como si la textura fuera menos densa. En cierta manera, el asfalto parece una prolongación de la tierra. Como si la carretera no fuera tan nociva para el entorno o conviviera mejor con lo que se veía. Habían avanzado y estaban en una zona de paisajes que ya no eran tan frondosos y la carretera empezaba ser algo más lineal. Los restaurantes de carretera tenían nombres extraños para él. Los carteles usaban tipografías distintas, colores más alucinados, los camiones y coches eran de diseños potentes, amplios y la carretera iba poco transitada. El mundo, le pareció a N, se había abierto, como si en el trópico el universo tuviera una raja y entrara otra forma de aire no conocida: alguna cuestión física o atmosférica que el humano no percibe y que lo altera todo. El padrastro de N habla poco y ese viaje dice frases poco comprensibles para N. Planifica la nueva vida, proyecta planes laborales y de ocio, una forma de vida que a N le sonaba paradisiaca, pero que empieza a percibir como irreal. Habla de playas que conocerían pronto, de viajes por el país, de cruzar fronteras del continente, también habla de asuntos laborales que N no comprende del todo. La madre de N mira por la ventana como el que mira las nubes desde el avión, la madre de N no parecía estar trasladándose en coche sino que su cara parece la del pasajero de un avión. Mira la carretera como si no estuviera pasando por ella, sino como si la estuviera viendo desde lejos, desde muy arriba. El hermano de N aporta frases a la conversación. Si detuviéramos por un momento todo ahí, si frenáramos el coche en medio del estado Cojedes, en ese momento preciso, ahora mismo, podríamos respondernos algunas cosas. Las familias se construyen más en los silencios que en lo que hablan, en lo que no se dice que en lo contado. En esos silencios rítmicos que se suceden a esas horas de la mañana se construyen las relaciones, los recuerdos, las cosas que invisiblemente marcan. Las cosas que luego creemos misterios o asuntos irresolubles se trazan ahí. En ese coche rojo que atraviesa paisajes novedosos para los cuatro pasajeros, y silentemente se trazan realidades que luego tardan lustros en entenderse o que quizá jamás se llegan a  entender. Hay un momento que se detienen a tomar café. El lugar esta vacío, hay un camión que lleva una lona con un logo impreso, de una marca que no reconocen, aparcado a un lado. Cuando entran suena una música irreconocible, un ritmo nuevo a los oídos. Cuando empiezas a vivir en un país las cosas se asimilan distinto que cuando lo visitas. De turista, de viaje, las cosas las ves desde muy lejos, no te relacionas con ellas de un modo físico del todo. Cuando empiezas a vivir en otro país, las novedades te abruman porque sabes que en breve serán parte de tu realidad y que en cierta manera tienes que ir asimilándolas, haciéndoles hueco en el inconsciente, integrarlas en la maquinaria infinita de la percepción. Las cosas no las observas, las comes, las absorbes, las traspasas. Ese ritmo nuevo les abruma sin que ninguno de los cuatro llegue a decir nada. Ninguno tiene la capacidad racional para saber que aquel ritmo les está atravesando fisicamente. Los padres piden café, los chicos zumos de frutas. Hay algo amable en beber aquellos zumos de frutas, hay una relación más allá del sabor. Era la parte amable de ser extranjero. En los zumos de frutas  se condensaba y se resumía todo lo que implica ser extranjero. El camarero les mira con simpatía, la escena resulta cómica o simpática: Extranjeros desubicados en medio de Cojedes. N y su hermano salen a mirar los coches pasar por la carretera. N siente que todo tiene un orden extraño, confuso, pero a los 11 años la realidad no tiene un orden concreto o se acepta con mayor facilidad el desorden de las cosas. Vuelven al auto, el viaje continúa a ritmo parecido al que habían llevado hasta ese momento. Sólo que ahora el calor es intenso, la luz es potente, blanca. Justo ahí, en ese momento, un pájaro se estampa contra el coche, el padre de N da un volantazo y solventa la situación, pero se detiene a un lado. La madre de N no reacciona del todo, como si siguiera viendo la vida desde el avión, N y su hermano se quedan mirando algo a un lado que creen  el cadáver del pájaro. Entonces el padre mira hacia arriba, como si supiera que la madre sigue allí, una pasajera sobrevolando en avión la zona, luego les mira y todos saben que es en ese preciso momento que piensa: ¿qué hago aquí, en medio de este país? ¿Qué pinto aquí en Cojedes?

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